Pandemónium pandémico

António Diéguez Lucena
Academia Malagueña de Ciencias

El precio de la libertad es la eterna vigilancia
Thomas Jefferson

Nadie pone en duda ya que la pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2 será un hito histórico comparable al 11S y desencadenará cambios sustanciales en las sociedades que la hayan padecido con más crudeza. Es muy posible que, como algunos anuncian, tenga incluso importantes consecuencias geoestratégicas, situando a China en una posición de mayor liderazgo mundial, y que la economía mundial sufra un impacto del que tardará en recuperarse. No es de extrañar, por tanto, que empiecen a multiplicarse los artículos de analistas políticos, de economistas, de sociólogos, etc. intentando desentrañar algunas de estas consecuencias. Es mucho lo que nos jugamos.

Los filósofos también hemos salido a la palestra, pero en mi opinión con poca fortuna, al menos por el momento. Quizás porque como se suele repetir en estos casos abusando de Hegel, la filosofía es como la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al anochecer, cuando los acontecimientos han cesado. Solo entonces se tiene la perspectiva adecuada para que la reflexión sea perdurable y útil. Por ello, no inspiran demasiada confianza las apresuradas notas que los filósofos epocales (en expresión que le robo a un amigo) están redactando a toda prisa, para que se vea que la ocasión no les ha pasado desapercibida. Incluya el lector, si le apetece (y con toda la razón), esta propia nota en esa categoría. En tal caso, quizás mejor callar por ahora. Claro que entonces se dirá qué dónde estaba la filosofía, que tanto había predicado su labor de consuelo y de análisis, cuando se la necesitaba. Se haga, pues, lo que se haga, es dudoso que tenga buena acogida o sea de utilidad. Pero en eso sí que no hay ninguna novedad.

No pretendo descalificar la trayectoria filosófica de nadie por el mero hecho de no haber estado lúcido en un artículo en la prensa, pero me parece sintomático que se digan cosas tan desenfocadas como las que se están leyendo estos días. No es algo, sin embargo, que pueda considerarse excepcional entre los intelectuales de diverso tipo, no solo los filósofos. Es bien conocida la comprensión, cuando no connivencia directa, de algunas de los mejores del siglo XX con los totalitarismos que tanto sufrimiento causaron. Cosas que muchos ciudadanos comunes podían ver con claridad, a ellos se les hacían particularmente neblinosas.

¿Pero qué han dicho nuestros filósofos epocales? ¿Tan desencaminados han estado realmente? Depende de la lectura que hagamos de ellos, si más o menos piadosa. Es cuestión de temperamentos. Pero tomemos algunos ejemplos significativos para hacernos una idea. Abramos juego con Giorgio Agamben, cuyo librito “Lo abierto. El hombre y el animal” confieso haber disfrutado y me sigue pareciendo uno de los ensayos más profundos que se han escrito sobre cómo pensar al animal y lo animal en lo humano. Como las musas, sin embargo, son volubles, en un artículo titulado “La invención de una epidemia”, publicado el 26 de febrero en la revista de la editorial italiana Quodlibet, basándose, eso sí, en los datos difundidos entonces de que la infección era leve en el 80-90% de los casos y de que solo el 4% requería hospitalización, sostiene que “hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno” (¿de verdad?, ¿en Europa?), a lo que añade que “parecería que, habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites”. Estamos, pues, ante una epidemia inventada, que le viene al pelo a los gobiernos (y esta es la segunda idea fuerza en el artículo), puesto que pueden hacer uso de “el estado de miedo que en estos años se ha extendido de forma evidente en las conciencias de los individuos y que se traduce en una verdadera y propia necesidad de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un perverso círculo vicioso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo”.

En pocas palabras, que la epidemia es el novísimo pretexto de los gobiernos para extender el miedo y controlar mejor a la población mediante las medidas de seguridad que solo los gobiernos pueden garantizar. Una jugada perfecta, al parecer, de las tendencias liberticidas imperantes en los Estados actuales. No es sorprendente que su amigo Jean-Luc Nancy se apresurara a contestarle en otro artículo que subestimaba la gravedad de la epidemia, puesto que las mismas fuentes que citaba Agamben decían que la proporción de muertes podría ser 30 veces mayor que una gripe normal. También le acusaba de “poner en duda toda una civilización” y de considerar que los gobiernos no serían más que tristes ejecutores de una “excepción viral” de carácter biológico, informático y cultural, así como de que “desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”. Pero el golpe de gracia se lo da al final del artículo cuando cuenta la confidencia de que la tecnofobia de Agamben, pese a su “espíritu de finura y bondad”, le llevó treinta años atrás a desaconsejarle el trasplante de corazón que le salvó la vida.

No menos desconcertantes son las breves notas que ha despachado el popular Slavoj Žižek, ambas publicadas en Russia Today, un medio financiado por el gobierno ruso. En la primera de ellas, publicada el 3 de febrero, afirma que hay “un claro elemento racista de histeria” en el modo en que se está considerando la pandemia, imaginando a mujeres chinas despellejando vivas a serpientes en los mercados y cocinando sopa de murciélagos, cuando en realidad una ciudad china es uno de los lugares más seguros del mundo, y deberíamos sentirnos avergonzados, como dice al final, de querer poner en cuarentena a los chinos. Aunque es cierto que reconoce (en una observación que podemos calificar generosamente de tópica) que “cuanto más conectado está el mundo, los desastres locales pueden desencadenar miedos globales y finalmente incluso una catástrofe”, como pasó con la erupción del volcán islandés en 2010, evento en el que, sin embargo, no detecta que hubiera histeria racista. Y es que lo que sucede (atención, por si esto le hubiera pasado a alguien desapercibido) es que “el desarrollo tecnológico nos hace más independientes de la naturaleza y, al mismo tiempo, a un nivel diferente, más dependientes de los caprichos de la naturaleza”. Pero Žižek ve una esperanza emancipadora en todo esto. Las ciudades vacías nos muestran cómo sería un futuro no consumista; los rostros tapados con mascarillas nos liberan de la presión social para el reconocimiento. Y, además, por si esto fuera poco, “el tiempo muerto (momentos de retirada, de lo que los antiguos místicos llamaron Gelassenheit, liberación) son cruciales para la revitalización de nuestra experiencia de vida. Y, tal vez, uno pueda esperar que una consecuencia no intencional de las cuarentenas del coronavirus en las ciudades chinas sea que, al menos, algunas personas usen su tiempo muerto para liberarse de la actividad frenética y piensen en el (sin)sentido de su difícil situación”. Ahí es nada.

En su segundo artículo, publicado el 27 de febrero, Žižek comienza señalando que este virus ha desencadenado otro virus ideológico que estaba latente: el de las noticias falsas, las teorías conspiranoicas y la explosión de racismo. Lástima que no explique su optimismo al pensar que esos virus estaban antes latentes y solo ahora se desencadenan. Pero, por fortuna, el coronavirus ha desencadenado otro virus ideológico: el de imaginar una sociedad alternativa, sin Estados-nación, basada en la solidaridad global y en la cooperación. Lástima de nuevo que este virus ideológico tampoco sea cosa de ahora, es más, hay pocos virus más añosos que este, pero sigamos. Considera que el coronavirus le ha proporcionado un golpe mortal al capitalismo, como ese que sabe dar tan bien la protagonista de “Kill Bill 2”, presionando con el dedo en cinco puntos del cuerpo que hacen reventar el corazón, pero no de forma inmediata, sino cuando la víctima comienza a andar (los lectores de Žižek saben que no puede reprimir alguna referencia cinematográfica sorprendente). Estamos ahora obligados, por tanto, a reinventar el comunismo, un comunismo basado esta vez en la confianza en la gente y en la ciencia. Ya iba siendo hora de que alguien lo dijera: “no podemos seguir como hasta ahora, necesitamos un cambio radical”. En cuanto la ciencia nos libre de esta pandemia, entre los despojos del capitalismo con el corazón reventado, habrá que ponerse a la tarea, y habrá que pedirle a Žižek alguna propuesta más concreta, más allá de esa tan comunista de mejorar la coordinación internacional, de limitar el poder de los Estados-nación y de mejorar la sanidad pública en muchos países, incluyendo a los Estados Unidos. Lo mismo inventamos algo así como la Unión Europea. Llamar a cambios radicales está muy bien, lo complicado es saber cuáles han de ser y cómo llevarlos a cabo.

El tercer artículo que quiero comentar es el más complejo y, en cierto modo, el más desconcertante, porque nos ha dejado a algunos lectores sin saber a qué carta quedarnos. Me refiero al que ha publicado en el día en que esto escribo, el 22 de marzo de 2020, Byung-Chul Han, afamado ensayista y profesor en la Universidad de Berlín. Digamos que la pars destruens del artículo está clara y es fácilmente asumible: Europa está gestionando esta crisis de forma mucho peor que los países asiáticos (yo no diría todavía, sin embargo, que “está fracasando”), y está tomando medidas absurdas y “sobreactuadas”, como el cierre de fronteras. Eso, a estas alturas, lo sabemos todos. El problema está en la pars construens. ¿Qué sugiere Han exactamente que deberíamos hacer? Primero realiza un recorrido impresionante por las “ventajas de Asia”, en el que se olvida, por cierto, de mencionar que el virus ha pasado a los humanos debido a la falta de higiene mínima en muchos mercados asiáticos. Señala que estos exitosos países deben su triunfo a una mentalidad autoritaria que les viene del confucianismo. Hay más obediencia (al Estado) que en Europa, y han descubierto la herramienta perfecta para que esa obediencia quede manifiesta y sea administrada, una herramienta que supuestamente a todos complace: la vigilancia digital. La privacidad no es importante para los asiáticos. Están contentos, al parecer, con que el Estado los controle y los puntúe. Asia –nos dice– es colectivista, no individualista. La descripción que hace Han de este control es tan vívida y detallada –reconozcámoslo– que atemoriza más que alguien tosiendo a tu lado. Los big data (Harari habrá pegado aquí la oreja) son la nueva medicina; lo que les ha salvado a ellos y nos salvará en el futuro a todos, algo que, según Han, en Europa todavía se desconoce y, además, sus leyes de protección de datos harían imposible vencer al virus por este medio.

Pero después de este panegírico de una sociedad supereficiente por su anti-individualismo y su entrega total a la tecnología, Han parece que, pese a todo, se encuentra mejor en esta Europa fracasada. No quiere algo así para nosotros, ni para él, aunque eso le haya dejado sin mascarilla, cuando no faltan en Corea, y se fabrican en China. Aquí viene su primera propuesta: volvamos a traer la producción de mascarillas, de equipos médicos y de productos farmacéuticos a Europa. Bien, me apunto a eso.

El miedo se ha vuelto patológico, desmedido. Ni siquiera la gripe española, que mató a millones de personas, causó un pánico semejante. ¿Por qué? Muy fácil, vivir sin enemigos nos ha vuelto confiados; nos hemos dejado llevar por la molicie, por eso ya no sabemos estar alerta. “Los peligros –escribe– no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva”. ¿Qué hacemos entonces?, ¿buscamos nuevos enemigos para beneficiarnos del estado de alerta que nos transmita su “negatividad”? No hace falta. El enemigo ha vuelto. Es el propio coronavirus.

Han cree que Žižek se equivoca al pronosticar la caída del capitalismo. China ha triunfado y extenderá su capitalismo autoritario, policial y digitalizado. Puede que consiga introducirlo del todo en Europa, cosa que él no desea. Pero el virus nos individualiza, dice, no nos colectiviza, porque en Europa no aprendemos. (Aquí otra de mis perplejidades: ¿en qué quedamos, defendemos el individualismo europeo o no?). Y así llegamos al punto culminante del artículo, en el que el filósofo no ofrece una propuesta sino que entona una oración: “Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros mismos, para salvar el clima y nuestro bello Planeta”. Amén.

Y hasta aquí llego. Yo, por mi parte, no tengo ningún análisis que hacer ni mucho menos alguna propuesta que ofrecer. Soy aún menos activo que la lechuza de Minerva: lo que hago al anochecer es abrir algún libro para ver qué han dicho otros. Buenas noches.

 

*Thanks to Georg Eiermann for head picture. Also thanks for free pictures to unsplash.com

3 comentarios en “Pandemónium pandémico

  1. Artículo interesante porque induce a una profunda reflexión. Pero también lleva a una imagen confusa de las necesidades políticas actuales. Es intencionado o producto de la propia indecisión del escritor?

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    1. Hola Guillermo. Simplemente me abstengo de hacer recomendación alguna porque esta es la hora de los científicos y de los técnicos sanitarios. Son los virólogos, los epidemiólogos, los médicos de cuidados intensivos y otros expertos los que deben señalar esas necesidades. Sobre cuestiones más abstractas y de «alta política» ya habrá tiempo de hablar más adelante, cuando las cosas estén más serenas.

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