Crónica de un académico en cuarentena

Federico J.C-Soriguer Escofet
Academia Malagueña de Ciencias

El Dr. Federico Soriguer, Académico de Número, traza algunos rasgos de su vivencia cotidiana desde el obligado confinamiento al que nos somete la pandemia de Corona Virus que se ha extendido por el mundo entero. Observaciones en su entorno cotidiano más próximo, sensaciones propias y pensamientos van a ser la esencia de este relato que se irá extendiendo día a día, hasta que la cuarentena finalice y la calle vuelva a recuperar el bullicio que le es propio.

Domingo, 15 de marzo de 2020

Me levanto mas tarde de lo habitual, me ducho y me visto como todos los días y como todos los días salgo a la calle aunque me limito a comprar el periódico y el pan. Se acabó lo de andar por el paseo marítimo y tomarme un café con los amigos en el Flor. Las calles del barrio están vacías y por un momento “siento” lo que hasta ahora solo sabía. Que el enemigo está ahí afuera.

Me invade una extraña sensación que no la reconozco como temor, pues sería excesivo, aunque por alguna extraña razón me acuerdo de “Cuando ruge la Marabunta”, un clásico de películas sobre bichos. La idea me estimula a escribir un artículo para el SUR con parecido título (“Cuando vuelva la Marabunta”). En él recordaré cómo en 2008 todos estaban de acuerdo en que aquella fue una crisis del capitalismo y que dada su envergadura y el daño causado no le quedaría más remedio que refundarse si quería sobrevivir. Pues nos equivocamos. No fue un capitalismo de rostro humano el que surgió de aquella crisis sino el mismo capitalismo de casino que la había generado que, desde entonces, ha campado a sus anchas.

La desigualdad social ha aumentado, el cambio climático está entrando en su punto de no retorno e, incluso, el modelo ha penetrado como un virus en la vida intima de millones de personas dislocando valores que creíamos “sagrados”. Como un virus, he dicho y esto me devuelve a la realidad de hoy, pues es un virus lo que nos tiene a todos encerrados en casa.

Por fin veo a algunas personas cuando llego a la zona comercial de mi barrio. Entro en el supermercado y veo a las dependientas y dependientes muy dispuestos y relajados, pero la mayoría de los clientes van con mascarilla y guantes. Entre ellos mi amigo Baltasar al que apenas reconozco tras una máscara que le cubre todo el rostro. Nos saludamos con gestos muy expresivos pero no nos paramos a hablar como hubiera ocurrido en cualquier otro momento. Compro el pan y el periódico. También la quiosquera, la rusa, lleva guantes y mascarilla, pero no parece muy receptiva a un comentario jocoso que le hago sobre su aspecto. Me callo y me vuelvo a casa.

Como dice Ana Barreales en el Diario SUR, ¿quién me iba a decir que el mayor momento de felicidad del día seria aquel en el que salgo por la noche a la calle a sacar la basura? Vuelvo a casa y escribo el artículo. Sería una pena que cuando todo esto pase no hubiéramos aprendido nada, como con la crisis del 2008.

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La soledad de la Plaza de la Constitución (Málaga) invita a pensar en la trascendencia de este episodio colectivo que estamos viviendo, en el que un virus ha puesto en jaque a la sociedad toda.

Lunes, 16 de marzo de 2020

La sensación de paz es absoluta. ¡Es como la paz de los cementerios!, me dice el subconsciente, y yo inmediatamente le doy un cogotazo al subconsciente y desecho la metáfora. No es el fin del mundo, me digo, aunque lo parezca en algún momento, me vuelve a corregir con rencor el subconsciente un poco mosqueado por la papelina que le di hace unos instantes.

No, la vida sigue a paso lento, y como todos los días hablo con mi hija por teléfono. Está alegre en su aislamiento madrileño. Y cuando me pregunta como estoy le digo que muy bien, que soy un privilegiado por tener un patio particular y por ser un jubilado. Un patio en el que pasear, cuando hay tantos millones de familias encerrados en pisos pequeños con niños y viejos. “Pero si tienes 73 años, cuídate que perteneces a un grupo de riesgo”, me dice con esa vitalidad que hace a los jóvenes sentirse inmortales. Sí, le digo, lo sé, soy médico, pero también llevo ya jubilado el suficiente tiempo como para estar preparado para este retiro, no como tantos jóvenes que han sido separados bruscamente de la primera línea y viven esta cuarentena como si de un encarcelamiento se tratara.

Abandonar la primera línea, otra metáfora bélica de mi incontrolable subconsciente. Bajo a la calle, como ayer, a comprar el pan y el periódico, y el escenario poco ha cambiado. La “rusa” sigue con su mascarilla y sus guantes, pero en la farmacia de al lado no hay ni de lo uno ni de lo otro. Se lo oigo comentar a la manceba, que es de origen checo y que parece salida de esos laboratorios en los que se trabaja con virus peligrosos y que ahora se ven en las pantallas con tanta frecuencia.

Ya en casa, leo los periódicos de hoy. No dicen nada nuevo sobre el corona virus, pero hablan de cómo el Rey Felipe VI se ha auto-desheredado. ¡Por si faltaba algo! Explicaciones no pedidas; éramos pocos y … (todos sabemos el final de esto refranes). Me mandan un video de “Polonia”, el programa de humor de TV en el que destrozan a la familia real. Un mal asunto para cuando finalice esta cuarentena. Pasará el corona virus pero el cambio climático quedará, esa era la tesis del artículo que ayer envié al SUR y que aún no ha sido publicado.

En el periódico El País, Antonio Elorza, después de vapulear al gobierno por la tardanza en aplicar las medidas coercitivas, recuerda que en vez de leer «La Peste» de Camus, como todo el mundo (¿todo el mundo está leyendo la novela de Camus?), mejor será hacerlo con “Los Novios” de Monzoni, en donde se hace una descripción genial de la peste que asoló Milán en 1630. En la novela, Monzoni fustiga a los españoles que en ese momento controlaban el norte de Italia. Elorza dice que Monzoni lo que hace es, a través del pasado español italiano, criticar a los ocupantes austriacos de la época en la que se publicó la novela en 1842. Definitivamente, la vida no ha sido nunca fácil para los humanos, pero se entiende mejor con un poco de cultura.

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Barrios enteros vacíos, el silencio de las calles enmudecidas por los silentes coches aparcados. No se escucha el bullicio del correteo de los chiquillos en la calle. Patios de colegios silenciosos. Un silencio que invita a la lectura meditada.

Martes,  17 de marzo de 2020

La vida sigue igual. Incluso menos gente que ayer en la zona comercial. Ni hace sol ni llueve. Llovizna.  Que aburrimiento. A la dependienta  de la panadería se le cae uno de los panecillos sobre el mostrador. Lo coge, me mira y lo vuelva a meter con la mano en la bolsa de papel. No me he atrevido a decirle nada. ¿Y si hay un coronavirus en la superficie de mármol sobre el que el panecillo ha caído? ¡Qué locura¡ Me aguanto mis escrúpulos y nada digo. Nunca fui escrupuloso y ahora me obligan a serlo por imperativo legal. ¿Se me habrá olvidado la escena cuando lo coma dentro de unas horas?

Enciendo la TV. En mala hora,  en la pantalla aparece como primera opción  Tele 5 en el momento en el que Javier Vázquez entrevista a Jesús Candel, ese médico de urgencia del Hospital de San Cecilio que se autollama “spiriman”, un incendiario de las redes sociales. Sus ordinarieces, sus gestos, sus histriónicos argumentos, sus exageraciones me irritan. Todas sus razones las funda en que él es medico en la primera línea de fuego (otra vez la guerra) y todos los que no están allí, bajo las balas, bajo los virus, son unos ignorantes, unos desalmados y unos asesinos. Para spiriman el fin del mundo está cerca y la culpa naturalmente la tiene el Gobierno, pero no porque nos haya  encerrado en nuestras  casas, sino porque no nos ha encerrado a todos, ¡a todos¡, incluyendo a los médicos que estaban en el estudio, a los ministros y al propio presentador. A todos menos a los médicos que como él  estaban salvando al mundo.

Apago la televisión y enciendo el móvil. De entre los centenares de whatsapp  que recibo, escojo el de una médica que da su nombre y su número de colegiada. Se extiende en contra  de las medidas coercitivas del Gobierno. Su tesis es que esta no es  sino una virasis de las muchas con las que los humanos llevamos conviviendo, con una morbilidad y mortalidad similar a la de otras,  como la de la gripe y que la cuarentena impuesta va a generar más perjuicios que beneficios. Que solo habría que  proteger a los pacientes de riesgo y dejar que el resto la pasara. La doctora es muy convincente en sus argumentos y en la forma de comunicarlos. Veo su currículo en Internet. Es una médica de familia gallega que tras una larga enfermedad ha encontrado otra manera más natural de enfrentarse a las enfermedades.  Sus palabras son más convincentes que su currículo. En Gran Bretaña parece que han decidido algo parecido. Entre dejar que se hunda el sistema de mercado o el sistema sanitario ha apostado por lo segundo. Ya veremos quién tiene razón.

Tras todo este trajín,  aturdido,  decido  seguir leyendo la  biografía de Unamuno de Colette y JC Rabaté. Esa sí que es una historia apasionante.

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Un inusitado Paseo del Parque (Málaga) convertido en apacible claustro natural con columnas y capiteles vegetales. La bóveda celeste hace de techumbre en un templo solitario.

Miércoles, 18 de marzo de 2020

Veo ayer la rueda de prensa del Presidente del Gobierno en la que informa de las medidas que se van a tomar para paliar los efectos económicos de la crisis sanitaria. Las cifras que pone encima de la mesa son multimillonarias. ¿De dónde va a salir todo ese dinero?  En una televisión entrevistan a un economista neoliberal muy conocido en los medios. Dice que el Presidente no ha hablado de bajar los impuestos  ni las cotizaciones y no sé cuantas cosas más. Y, en fin, añade que  el Presidente del Gobierno es un trilero.

Yo no sé de donde lo van a sacar, pero tampoco consigo saber cuáles son las recetas del electrizado economista. El Presidente insiste en que esta crisis, al contrario que las crisis sistémicas, tiene fecha de caducidad y que venceremos, más pronto que tarde, a la pandemia. Se lo dicen sus asesores científicos, los epidemiólogos, esos nuevos héroes de nuestros días. Los epidemiólogos sin apellidos, representantes de la gran Epidemiologia.

Pero hay otra epidemiologia, la epidemiología clínica, la epidemiologia con minúscula, frente a la primera, la gran epidemiologia que se dedica a contar gente: tantos vivos, tantos enfermos, tantos  muertos. Los convierte en números, los redondea, los incluye en sesudas ecuaciones matemáticas, los transforma en curvas que  predicen el futuro y con ellas asesoran a los gobiernos. Los clínicos, por el contrario, utilizando las mismas herramientas intentan ponerle nombre y apellido a cada número.

Encerremos a las personas en sus casas, le dicen los grandes epidemiólogos a los políticos, pero no hablan de los detalles. Y los detalles son importantes para las personas y son el material de trabajo de los  epidemiólogos clínicos, de los médicos de atención primaria, de los asistentes sociales y de todos aquellos que tienen por oficio bregar con la realidad.  Porque los epidemiólogos clínicos lo que hacen son preguntas incómodas. Cosas menores, como ¿qué es un enfermo cuando hablas de enfermos?,  ¿cuál es el valor predictivo de la prueba cuando hablas de diagnóstico? o, ¿hay  camas, personal o máquinas  suficientes en el sistema sanitario para implementar las medidas propuestas?

Para los epidemiólogos sin apellido esto son solo detalles. Para eso está la infantería. Y la infantería dice que hay que poner en marcha un programa masivo de pruebas diagnósticas si queremos saber la envergadura de la pandemia, que hay que ampliar los servicios de urgencia y dotarlos suficientemente, y cosas así, que para los grandes epidemiólogos son un asunto que va de suyo, pues ellos están en la sala de máquinas, dirigiendo las operaciones sentados al lado del poder que los mira esperando de ellos un milagro, ese  que otros, allí abajo en la primera línea, están haciéndolo  posible con su esfuerzo. Lo que queremos  decir, en fin,  es que si queremos ser más eficaces  debemos de parecernos más a los coreanos que a los norteamericanos. Que es difícil de creer que estas carencias se deban solo a motivos presupuestarios y que nos gustaría saber las verdaderas razones.

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No, no parece haber razones para correr. Toda la carretera para ti. No hay riesgo de atascos, lo propio de cada día en horas punta, ni colisiones por alcance, temor de todos los conductores en esas mismas horas. Una imagen inusual que debemos a un microorganismo que rige nuestro modo de vida y que «de mano en mano va» y todo el mundo se lo queda. ¡Vaya broma!

Jueves, 19 de marzo de 2020

Mientras compro el periódico, la dependienta y yo coincidimos (guardando “la distancia social”) en el ejemplar comportamiento de la población. ¿Y si a pesar de esto no fuera suficiente?, me pregunta. Es la misma pregunta que me hace mi sobrina Alicia que vive, ahora aislada,  en el norte de Francia  con sus dos hijas adolescentes: ¿Cómo es posible esta impotencia mundial y nacional  para anticipar y gestionar todo esto?, ¿cómo es posible que crean que las estadísticas puedan dar respuesta a lo inexplicable?, ¿que no haya capacidad para hacer test diagnósticos a toda la población, ni batas ni mascarillas suficientes para el personal sanitario?

Qué un virus nuevo pille a los chinos por sorpresa, de acuerdo, pero ¡que tres meses después le ocurra lo mismo al resto del planeta incluido países tan ricos, tan sabios, tan presuntuosos como los nuestros¡ ¿Cómo es posible  que en el siglo de las nuevas tecnologías y de la ciencia estemos en cuarentena como en la Edad Media?  Me interpela mi sobrina desde las cercanías de Lille, en una de las zonas más azotadas de Francia, y yo no sé qué decirle.

“Querida sobrina, entiendo tu preocupación, especialmente sabiendo que ahora estas sola con tus niñas y que en tu provincia se ha declarado el estado de emergencia. No tengo respuestas a tus dudas. Solo sé que esta crisis nos va a obligar a mirarnos a todos en el espejo y a reconocer nuestra fragilidad.

Los hombres siempre hemos creído que éramos “otra cosa”. “La medida de todas las cosas” para Protágoras, el sofista griego, quizás la primera declaración antropocéntrica. “Hechos a imagen y semejanza de Dios”, para todos los escolásticos. Tras la Ilustración, ese momento de la historia al que tanto contribuyó tu país de acogida, los filósofos de la sospecha “mataron” a Dios y dieron a luz a la fantasía del “superhombre”. Para que el humanismo naciera Dios tuvo que morir. Nos llegamos a creer omniscientes y omnipotentes, “como dioses”, cuando no  somos sino “un animal inacabado con conciencia y demasiada imaginación”. Son muchas más las cosas que ignoramos que las que conocemos y este reconocimiento de los límites es la primera condición para sobrevivir  en un mundo sin dioses.

Hoy es San José, una día muy especial para nuestra familia pues es el santo de la abuela Pepa que nos dejó hace algo más de un año, a poco de cumplir los 97. Ella no había leído a Nietzsche ni  creía en el superhombre. Era una mujer de fe. Creía en la vida, creía en el valor de la palabra y creía en un  humanismo que no ignora los límites. Por eso mi único consejo a tus dudas es que hoy 19 de Marzo,  recordemos su ejemplo y su alegría como la mejor fuente de esperanza.

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Desde el ventanal de la Academia Malagueña de Ciencias se respira una ansiada calma que, por momentos, se hace terriblemente extraña. Un silencio deseado en las ocasiones en las que se celebran actos culturales y que ahora se percibe anómalo e indeseado.

Viernes, 20 de marzo de 2020

El silencio de las calles. Eso es lo que más me aturde. Añoraba el silencio y ahora me abruma. Me acuerdo con nostalgia de los paseos diarios, de la lectura del periódico en el Flor, de las tertulias con Salvador, con Juande, con Alfonso, con Pepe,  con Manolo, con Santi, con Eduardo, de las conversaciones con los amigos, de los encuentros casuales por la calle, de los abrazos, de los viejos saludos, de las reuniones en la Academia, de las conferencias de temas que nunca supe que me interesaban hasta que me jubilé.

Me acuerdo de mi nieto y de mis hijos a los que solo oigo o veo por el móvil. Me acuerdo de mi numerosa familia que satura la memoria de mi  móvil con frecuencia. Me acuerdo de las cenas de los viernes o los sábados en el centro o en la playa y de las reuniones familiares en la subbética  cordobesa.  Pero me acuerdo, sobre todo, de mis colegas del hospital, de todos aquellos que ahora, mientras yo tengo tiempo para la nostalgia, se levantan por la mañana sin saber muy bien lo qué se van a encontrar.

El viejo Hospital Carlos Haya y el joven Hospital Clínico, aguantan. Y mientras ellos allí hacen lo que tienen que hacer, los teóricos siguen discutiendo si son galgos o podencos. Los setenta son una barrera nada infranqueable que he traspasado hace algún tiempo. No sé cómo ayudar, salvo evitando contagiarme. Le escribo al director de Carlos Haya poniéndome a su disposición. “Para lo que necesites”, le digo. Pero siempre fue así. Los médicos siempre estuvieron ahí, aunque haya hecho falta esta catástrofe para recordárnoslo. Recordárnoslo a nosotros mismos, los propios médicos,  y a las gentes, pero sobre todo a los que gestionan la vida pública y los recursos privados. Lo hemos escrito muchas veces en los últimos años. Fuera de un sistema público, en el siglo XXI solo existe la barbarie.

En Italia, dicen, los médicos ya están haciendo economía de guerra. Economía esquimal le llaman algunos, y no tengo sitio aquí para explicar por qué. Les iba en ello la vida de la tribu. Para quienes han creído que la medicina era solo una técnica están ahora encontrando la horma de su zapato. Para quienes creyeron que su dinero les podía proteger de los males que aquejaban a los pobres y a los impedidos, un virus les ha puesto delante del espejo. A quienes confundieron el valor con el precio, se les debería de obligar a memorizar las obras completas de António Machado. Pero, ¿y mientras tanto?

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La primavera ya se ha presentado en mi jardín y ha venido acompañada de magníficos chubascos que han limpiado el ambiente y han regado generosamente las plantas. Una buena noticia para la fecha en la que celebramos el «Día Internacional de los Bosques», un ecosistema sin el cual no podremos sobrevivir y que regenera el aire generosamente. Solamente pide calladamente que lo cuidemos.

 Sábado, 21 de marzo de 2020

A esta hora, hoy, segundo día de la primavera, tendría que haber estado en las  suspendidas reuniones sabatinas de los Astilleros Nereo. En estos días de soledad, añoro la Prehistoria, esa arcadia feliz, ese paraíso perdido de todas las culturas. ¿Qué  opinaría Darwin sobre los virus, de haberlos conocido? ¡Me defraudarías Paul, si no tuvieras una hipótesis sobre esto¡ Pero sobre todo echo de menos la paella que bajo el impresionante costillar de ese barco a medio hacer, Víctor nos encargaba cada sábado.

Una buena amiga, desde Madrid me envía un artículo sobre la “arquitectura del coranovirus”. Se nos había olvidado, dice,  que las casas son  para vivirlas. Comer juntos, hablar, compartir espaciosamente la privacidad, cosas así. Me parece un recordatorio imprescindible, y no es anecdótico que tenga que ser una mujer arquitecta quien lo recuerde. Habrá que ir apuntando estas  cosas para cuando pase la tempestad. (Mi subconsciente, otra vez, ha estado a punto de que añada… si pasa. Y yo vuelvo a reprimir al subconsciente).

También Antonio Diéguez ha escrito ayer en El Confidencial: “… podría parecer que dado lo mal que se le dio a la filosofía eso de buscar certezas, hubiera conseguido algo más de pericia en bregar con la incertidumbre, pero no hay más que leer los artículos escritos sobre la actual pandemia por dos de los filósofos más relevantes del momento, Giorgio Agamben  y Slavoj Zizek, para comprender que no es así. Agamben ve aquí una nueva excusa para que los gobiernos tecnocráticos expandan su control mediante la tendencia a utilizar el estado de excepción, Zizek se pierde en vaguedades sobre una nueva hermandad futura neocomunista auspiciada por la técnica”. Y un poco más adelante: “… ¿saben qué es lo más filosófico que creo haber hecho estos días? Salir con mi hija a las ocho de la tarde a la terraza a aplaudir junto con buena parte del barrio. No sé cuánto durará este gesto, pero es el reconocimiento implícito de que lo que nos distingue como humanos es la cooperación, que somos el primate más colaborativo que existe, y que, como han mostrado los psicólogos, lo somos desde los primeros meses de nuestra vida …”. Gracias António, me has ahorrado hoy muchas palabras.

No son ni las 12 y ya me han llamado varios amigos. La mayoría para preguntarme por qué no se hacen  más pruebas diagnósticas. Es la misma pregunta que  he hecho a otros colegas  que sí saben de biología molecular. Tampoco tienen una respuesta y es esta falta de respuesta la peor de las noticias de hoy. Llaman a la puerta y es el cartero que me trae unos libros que le encargué a Proteo.  La farmacia, el quiosco de prensa y la panadería siguen abiertas. La vida sigue.

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«La vida sigue» de una manera más recoleta, más recluida y de una forma que, hasta ahora, no conocíamos. La soledad de algunos kioskos de prensa cerrados a cal y canto, en medio de una plaza donde resulta clamorosa la ausencia de ruido, piden a gritos el regreso a una vida normal, a lo cotidiano que siempre hemos vivido. (Foto Desi Palomino)

Domingo, 22 de marzo de 2020

Bajo, compro el periódico y Mila, “la rusa”, me saluda con su sonrisa eslava. Solo han sido cinco minutos, pero vuelvo a casa apresurado, culpable.  Un día más, el 7º  de la confinación y una  de mis hermanas  adelanta por el whatsapp familiar lo que parece una buena noticia. En Cádiz es el primer día en el que no  hay  ningún caso en UCI, cuyas  26 camas están vacías, no hay ningún caso nuevo en urgencias, y en planta le han dado de alta al primer ingreso. Ver pájaros en el cielo no significa que la tierra esté cerca, pero espero que sea el principio del fin.  En el mismo whatsapp familiar unos sobrinos, con cariñosa saña, nos acusan a Isabel, mi mujer, y a mí de haber minimizado la infección al comienzo de la crisis. Llevan razón. La lucidez es una virtud que casi siempre se ejerce a posteriori. Isabel y yo somos clínicos y estamos acostumbrados a mirar de cara a la enfermedad y a la muerte. Por eso nos  incomodan quienes, a veces sin motivos,  viven tan pendientes de su cuerpo. Pero ya lo dijo León Felipe: “para enterrar a un muerto, cualquiera menos un sepulturero”. Mis queridos sobrinos son muy radicales para sus cosas y esto les da la lucidez celestial de los profetas. Pero llevaban razón.

Un epidemiólogo me hace estos cálculos: de las once ministras, 11 son mujeres y el 30% de ellas se han contagiado (incluyendo aquí a la esposa del presidente). Asumiendo que todas fueron  a la  manifestación del 8 de Marzo y que una ministra tiene el mismo riesgo que cualquier otro manifestante, el 30% de los asistentes salieron de allí contagiados. Si a la manifestación fueron entre 200.000 y 300.000  personas, la mayoría mujeres, no es exagerado presumir que el número de contagios rondara entre 60.000 y 100.000.  Si como dicen los matemáticos el factor de multiplicación de este virus es 3 (r=3), al día siguiente,  9 de Marzo, el número de contagiados en Madrid habría subido en unas 200.000 personas. Claro que el mismo día hubo dos partidos de futbol cuyos espectadores son mayoritariamente hombres y un masivo mitin de Vox, en donde solo estuvieron  machotes. Pues ahora multipliquen por 3 hasta que el día 12 se aísla a la población.

La manifestación debería de haber sido prohibida claro, pero  hay que recordar que la infestación de los asistentes de la boda de Vitoria se conoció el día anterior y, sobre todo, que, en aquel  momento,   pocos dudaban de que  era  mucho  más prioritario la defensa de las mujeres que el riesgo del coronavirus. De eso presumían muchas pancartas. De los machotes ni hablamos que ahora están, los pobres,  la mayoría de baja. Naturalmente es solo una hipótesis, que seguramente será tildada de antifeminista y reaccionaria. Pero es un ejemplo de cómo el contexto es importante a la hora de entender las decisiones complejas. De cómo la memoria es selectiva. Y de cómo  habría que ser más prudente cuando  desde el futuro,  se hacen juicios radicales del pasado.

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Otra imagen inusual del Paseo del Parque (Málaga). Autobuses semivacíos esperan prestar servicio a los pocos transeúntes que necesitan desplazarse a lo largo de la ciudad.

Lunes, 23 de marzo de 2020

En el diario El País del pasado domingo, Fernando Savater se refugia en su interminable duelo interior. El coronavirus ha dejado callado a Savater.  Un mal síntoma.

Me acuerdo aquí de Paco de la Torre, nuestro Alcalde.  No me lo imagino en su casa  haciendo solitarios. Seguro que está yendo al Ayuntamiento, eso sí,  guardando la prudente distancia social. No le costará mucho pues no parece persona de  abrazos innecesarios. Tampoco debería de olvidar que él, también, esta ya entre los grupos de riesgo. Se lo recuerda un amigo.

Acabo de oír la rueda de prensa del gabinete técnico frente a la crisis, formado por altos cargos de varios ministerios. Casi todas mujeres. No han estado brillantes pero sí precisas. Parece que saben de lo que hablan.  Dicen que ya han hecho 300.000 análisis por PCR. Tal vez se han equivocado en un cero. Resulta difícil creerlo, pero ante una pregunta virtual de un periodista, lo confirman. También comentan que en los próximos días el número de pruebas aumentará  exponencialmente. Y el de muertes. No lo dicen ellas, pero todos ya lo sabemos.

La gente  en sus casas, recluidas,  mira  al cielo esperando que la curva de Gauss (paradójicamente llamada “normal”)  cumpla con su destino.  La naturaleza tiene unas obligaciones consigo misma, unas leyes ineluctables que no se puede saltar. Esto es una tragedia, pero una  tragedia natural, cuyas leyes comenzamos a conocer y es esta nuestra ventaja. Son las matemáticas ¡estúpido¡, parecía decirnos el otro día un físico que hablaba en nombre de unas matemáticas a las que apellidaba físicas. Hay una cierta tentación en la que este cronista cae sin cesar, de hacer cada vez que habla una apología  de su  profesión en  la  lucha contra el coronavirus.  Ni en los momentos más críticos los hombres dejamos de ser como niños.

Nuestro compañero de la Academia Malagueña de Ciencias, Francisco Cabrera, escribía un artículo muy oportuno, el día 21 en el suplemento  electrónico de Historia del Diario SUR,  sobre las epidemias de peste en Málaga a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Los malagueños no quemaron a ninguna bruja, pero en el barrio del Perchel, una de las zonas más afectadas, llegaron a emplazar una batería de artillería para intentar asustar a cañonazos a los miasmas. Según Cabrera un hombre murió de  infarto por el susto. Y es esta, quizás una de las lecciones que podemos aprender de la Historia: el miedo también mata. A veces el remedio puede  ser peor  que la enfermedad.

Anoche, el Presidente del Gobierno Pedro Sánchez intervenía en TV durante una hora. Lo mejor, la información que dio. Lo peor la repetición innecesaria. Carmen Calvo ha sido ingresada, contagiada con el coronavirus. Tampoco le sorprende a nadie. Desde este rincón de la Academia Malagueña de Ciencias le deseamos a todo el mermado gabinete su pronta  recuperación.

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Nunca perderemos ese rayo de esperanza que surge en tiempos en los que la penumbra nubla nuestras mentes y podemos caer en el pesimismo. Siempre aparece la luz del sol entre los resquicios que dejan las nubes. (Foto Juanjo Alarcón)

Martes, 24 de Marzo de 2020

En el Diario de Cádiz publican hoy una entrevista con Sor María Teresa, una monja carmelita de clausura. La iniciativa tiene sentido pues pocas personas saben más de confinamiento. Una verdadera experta, diríamos. Sor María Teresa, como suele ocurrir las pocas veces que escuchamos las opiniones de monjas de clausura, nos sorprende con su serenidad de ánimo y su lucidez. Le da al periodista 10 consejos que, de publicarlos en un manual de autoayuda, la harían rica y famosa.

Permítanme que en esta crónica de hoy recoja solo dos de ellos. “Tómate tu tiempo en las cosas sencillas: que la cebolla quede pochadita, los garbanzos tiernos, el potaje a fuego lento. Aunque un guiso te tome 2 horas, disfruta haciéndolo, pero empéñate en que las cosas que haces, por sencillas que sean, tengan valor y una finalidad, nada de perder tiempo sin sentido, “matar el tiempo” es matar la vida”. El último consejo de los 10 que nos ofrece la religiosa es orar. No dice rezar, dice orar. “Reflexionar, pensar, meditar en estos días para ser “hombres y mujeres nuevos después de esta crisis”. ¡Vaya con la monjita!

Anoche volvió a hablar por TV el Presidente del Gobierno. Después de su larga perorata, ya por la noche veo la tertulia política de la sexta. Los contertulios, tras la primera inclinación de cabeza comienzan impúdicamente a echarse, unos a otros, los  muertos de Madrid a la cara. Qué horror. No han aprendido nada. No están aprendiendo nada y esto me produce un gran desasosiego. Y náuseas. Apago la televisión y me acuesto, me esperan, las últimas páginas de las 580 de la biografía de  Unamuno. En la 480 acaba  de estallar la guerra civil que coge a Unamuno viejo y cansado. Yo también lo estoy, y  deprimido, cierro el libro y me duermo o al menos lo intento.

En el duermevela que antecede al sueño me acuerdo del mensaje del escritor Yan Lianke a los estudiantes chinos: “Es necesario no olvidar esta crisis, por eso es más necesario que nunca escribir sobre ella”. Y eso hago, aunque sea solo con estas modestas crónicas.

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Nada más apacible para acompañar a una «Crónica apacible» que las flores del jardín en una naciente y lluviosa primavera en Málaga.

Miércoles, 25 de marzo de 2020

Un buen amigo, que conoce bien el mundo, me escribe un email: “Federico tus crónicas son apacibles”. Algo parecido hace en whatsapp una admirada colega, miembro de la Academia, que  añade con retranca: “con niños seria otra cosa”. Sí, sería otra, de hecho lo está siendo para millones de personas. Y solo por eso doy gracias al cielo. Viejo, sano y bien acompañado. Y sin niños. ¿Se puede pedir más? Pues sí que se puede. Echo de menos las risas  de mi nieto.

Desde ayer la confinación ha aumentado en algún grado, aunque la mayoría de la población no lo va a notar, pues ya está lo suficiente.  Miro por la ventana y veo ahí afuera, escupiendo al cielo  a la  extrema derecha fanatizada y vociferante, indignada contra el mundo en general y contra el de la cultura en particular,  pidiendo ahora, el cierre de los quioscos y, con ellos,  de la prensa y la expulsión de los emigrantes del sistema sanitario.   Veo a lo lejos a esa izquierda vacua y desnortada que tanto odia lo relacionado con la inteligencia y el mérito,  que cita a Darwin para justificar la muerte selectiva de los viejos, sin saber ni siquiera de qué habla.  Y veo una derecha y una izquierda moderada de las que necesitamos que lleguen a acuerdos  razonables para enfrentarnos a este desastre.

Sé que cuando termine esta crisis sanitaria y se levante la puerta de sus chiqueros saldrán como  fieras enjauladas, como perros rabiosos a hacer todo  el daño que puedan, embistiendo a todo lo que se ponga por delante.  Necesitan culpables y ya no quedan  ni dioses contra los que blasfemar ni brujas a las que quemar en las hogueras. No será fácil encontrar un único chivo expiatorio y aumentará su rabia y su violencia. En estos momentos, una vez más, los ciudadanos están por encima de algunos de sus  dirigentes. Esperemos que  se imponga la moderación y un cierto consenso, pues va a ser  difícil  librase de la jauría para hacer con inteligencia una evaluación crítica de todo esto.

Lo que está ocurriendo en las residencias de ancianos no tiene nombre. Que se considere infectado pero sin diagnóstico confirmatorio a todo paciente  sintomático, tampoco tiene nombre y  está provocando un sufrimiento  innecesario a personas y familias. Que los médicos, al menos en un Madrid desbordado,  no acudan a las casas a valorar  las angustiosas llamadas de la gente, viejos o no, es intolerable. Que Pedro Sánchez se sienta en la obligación de darnos un discurso moral cada vez que se asoma a la pantalla, es perfectamente prescindible. Que no salga, acompañado de algún presidente de CCAA para compartir los gestos y las gestas, como si de un nuevo y falsamente modesto César se tratara, es estúpido.

Pero a pesar de todo, el país está funcionando, el confinamiento es razonable, el comportamiento de la sociedad  es ejemplar y la red de suministro de alimentos y de energía funciona muy bien. La vida sigue pero  el mundo no volverá a ser igual y habrá que repensarlo. Si es que los perros rabiosos nos dejan. Por eso, sobre todo por eso, queridos amigos a los que hoy me dirijo directamente, intento que estas crónicas sean apacibles.

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Las plazas repletas de vida, de actividad, de personas que se relacionan con normalidad sin la preocupación de pensar en la existencia de un enemigo invisible que nos ronda amenazante con la inocente proximidad de unos a otros. (Foto Nany Lavado)

 Jueves, 26 de marzo de 2020

Cuando fuimos confinados, Fernando Orellana Ramos,  presidente de la Academia Malagueña de Ciencias (AMC)  nos pidió  que, aprovechando los medios virtuales,  los académicos siguiéramos con “nuestra conversación”. Gracias, entre otros, al entusiasmo de Víctor Díaz-del-Río es esto hoy posible.

Estar confinado no nos exime de la facultad de seguir pensando. Pensar para adentro o pensar para afuera, como se intenta con estas crónicas. No, el COVID19 no nos ha liberado de pensar, sino todo lo contrario. El COVID19, antes o después pasará, pero después de la pandemia va a quedar un paisaje devastado para cuya recuperación todos tendremos que arrimar  el hombro. También los miembros de la AMC, que tenemos, junto a millones de hombres y mujeres, la obligación de pensar el mundo después del COVID19.

La experiencia de otras crisis nos dice que la memoria es flaca y los poderes fácticos  muy resistentes a ceder ni un milímetro de sus privilegios. Que al final, “la realidad”, cualquier cosa que sea eso de la realidad, como siempre, se impondrá, y que todo, tal vez, volverá a ser, más o menos, como antes. Es posible. Pero, esta pandemia se ha llevado por  delante a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los débiles, a los justos y a los maleantes.  Nadie está a salvo y todos los pronósticos  apuntan a que a más pronto que tarde nos tendremos que ver con otro COVID que nos volverá a plantear retos similares o mayores.

Hoy, los grandes capitalistas, los políticos, los intelectuales de salón, toda esa “nomenclatura” que ha vivido “fuera del mundo”, ya están advertidos. No cabe una salvación en solitario, esa fantasía que se había convertido en una creencia de los poderosos. Hay que pensar el mundo para poder seguir viviendo en él, pero, ahora lo sabemos, ¡todos y no solo los privilegiados! No sé cómo se hace eso de pensar juntos, especialmente ahora, cuando por culpa del confinamiento ni siquiera podemos vernos las caras, tocarnos las manos, conversar con un café o una cerveza compartida.

Si yo fuera Presidente del Gobierno, o mejor,  si  yo fuera el Jefe del Estado, ese Rey que anda en horas tan bajas, comenzaría a convocar a lo mejor de este país, sin distinción de credos ni ideologías, para pensar el futuro. ¿Se lo imaginan? Un mundo imaginado no es un mundo imaginario. Un mundo pensado no es  una profecía. Pensar el mundo es comprometerse con el futuro de nuestros hijos. En este momento, sin duda,   la mejor muestra de patriotismo que podemos ofrecer a nuestro país y al mundo.

Hoy ya nadie duda que solo hay una raza, la humana y, con Edgard Morin y  muchos otros, todos deberíamos saber que, también, solo hay una patria. “Tierra Patria” llamó Morin a su libro, escrito en 1993. Y es esta lección  lo único que merecerá recordar de esta tragedia. En todo caso, desde aquí,  con mis mejores deseos un fuerte abrazo virtual a todos los amigos de la AMC.

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La quietud de las calles de Málaga es el paradigma de nuestra actitud en estas circunstancias tan adversas.

Viernes, 27 de marzo 2020

«Tal vez con estas notas entiendan mejor el artículo de hoy mismo en El País, firmado por los mejores epidemiólogos nacionales, incluidos los doctores Porta y Segura citados en esta crónica».

“¡La culpa de lo que ocurra a partir de ahora será de España!, dice en TV, Pilar Rahola, apoyando sin fisuras las tesis de Torra del cierre de la frontera de Cataluña.  No lo dice ella, lo dicen, ¡según ella¡: “la totalidad de los epidemiólogos catalanes”. Bueno, precisemos, lo dice Oriol Mitjà un epidemiólogo catalán, del Institut de Recerca Germans Trias i Pujol, que ha liderado un manifiesto de 70 científicos denunciando la incompetencia española para hacer frente a la crisis.

Pero nuestra Rahola, se ha olvidado de los otros epidemiólogos catalanes. Es el caso del Profesor Miquel Porta, Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la UAB e investigador  del Instituto Municipal de Investigación Médica (IMIM) de Barcelona, maestro de muchos epidemiólogos españoles y de muchos clínicos epidemiólogos entre los que me encuentro. Dice Porta en el Diario Digital El Español: “los firmantes (del manifiesto)  no saben de salud pública ni el manifiesto tiene ningún carácter científico” (de hecho algunos de los firmantes ya han pedido que los saquen denunciando haber abusado de su buena voluntad). A juicio de Porta “se puede ser sabio en una materia, pero la gestión de una pandemia es otra cosa, porque están en juego otros elementos y lo más importante es el tejido institucional”. Es decir, “nunca se deberían tomar decisiones únicamente porque un puñado de científicos, o de profesionales de una determinada área, adopten un posicionamiento concreto. Es la globalidad de la situación la que debe contar”. “Los intentos, (por parte de los promotores del manifiesto) de aprovecharse de la pandemia son indecentes y muy dañinos”. Podría seguir, pero mejor consulten directamente  el sitio web del diario digital.

También es catalán Andreu Segura, otro gran epidemiólogo como Porta  maestro de epidemiólogos de todo el país, Emérito en la actualidad, vocal del consejo asesor de salud pública y del comité de Bioética del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya y Premio (2019) de la Societat de Salut Pública de Catalunya i Balears, quien, incluso, tiene reservas sobre la bondad de la agresividad de las medidas: Así pues, más que medidas más o menos sofisticadas de salud pública, lo que nos hace falta es aprender a aceptar y prevenir los infortunios, hacernos más críticos y, con ello, más exigentes y quizá más resilientes. Una reacción que, desgraciadamente, no parece vislumbrarse en el horizonte”.

No, no todos los científicos catalanes opinan igual ni están de acuerdo con Torra. Solo los que con él están de acuerdo en sus tesis independentistas, haciéndole así el peor favor que se le puede hacer al  prestigio de la  Ciencia.

Qué razón llevaba Don Santiago y Cajal cuando en sus “Reglas y Consejos de la Investigación Científica”, escribía: “Soy un firme partidario de la religión de los hechos y si alguna vez, por ventura, tenéis una hipótesis genial, al menos tened también la prudencia de no creer demasiado en ella”.

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“¿Por qué tenéis miedo? ¿Es que no tenéis Fe?”, se preguntaba el Papa en su homilía en una Plaza de San Pedro totalmente vacía por causa de la pandemia de COVID19. (Foto web Vaticano)

Sábado, 28 de marzo 2020

Hace unos días el conocido periodista Jordi Ébole entrevistó al Papa por Skype para un programa de TV. Estuvieron los dos joviales y simpáticos. Se caen bien mutuamente. “Santos de nuestro tiempo o algo parecido, llamó a todas esas personas que día a día trabajan en los hospitales, en los supermercados, en los transportes, en las residencias, en la policía, haciendo frente a esta plaga. “Creyentes o no”, aclaró.

Desde el Vaticano, el Papa acaba de pronunciar, urbi et orbe, una homilía. “No somos autosuficientes; solos nos hundimos”, dijo el Papa. “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”, se preguntó aludiendo al comportamiento de los apóstoles en la tormenta del lago Tiberiades. “El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación”, dice el Papa. La salvación de los creyentes. Pero no fue exactamente eso lo que pareció decir en la entrevista de Ébole.  O al menos así  lo interpreto yo. No es lo mismo hablar en la TV que hacerlo en el púlpito. Nos pasa a todos.

¿Por qué ese Dios que anida en el infinito, que salvó de la tormenta a aquellos asustados apóstoles, se entretuvo en crear un mundo tan finito y dentro de él a un ser vivo, el hombre, con conciencia de su finitud? Eso es un misterio de Fe. La verdad es que no se,  con lo mayor que soy, por qué sigo haciendo pregunta tan retórica.

Algunos Savaranolas comienzan a gritar por las esquinas virtuales aquello del ¡arrepentíos de vuestros pecados, que el fin del mundo está cerca! Algunos postprogresistas ignorantes dicen, aprovechando el púlpito de los parlamentos, que la epidemia es la rebelión darwiniana de la naturaleza contra el pecado ecocida de los humanos modernos. Los puritanos liberales del norte, en la mejor tradición utilitarista, han decidido sacrificar a los viejos  para aplicar las iras de los virus. ¡Me quedo con el Papa!

Un académico, muy atento siempre a las cosas del mar, envía unas fotos de la playa desierta de  la Malagueta. Ni un alma en los Baños del Carmen que están cerrados. Solo miles de gaviotas que han ocupado el lugar de los humanos. “Es un escenario inquietante”, dice en el whatsup, “pero es hermoso”. En Chernóbil los animales salvajes han vuelto a ocupar los bosques bielorrusos. En Japón, tras el tsunami del 11 de marzo de 2011, ha aumentado la cantidad de plancton de muchas bahías y las ostras han duplicado su tamaño.  A la naturaleza le sientan bien las catástrofes humanas. O así lo parece, lo que no impide que me asalte tras pensarlo, un inesperado escalofrío. ¿Será  ya el COVID19? No, no todavía.

“¿Por qué tenéis miedo? ¿Es que no tenéis Fe?”, se preguntaba el Papa en su homilía. Pues por todo esto, sobre  todo, por todo esto.

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Una verdadera tormenta vírica global la que nos ha caído con esto del corona virus. ¿La rebelión de la Naturaleza que se está vengando de nosotros después de lo que los humanos le hemos hecho? (Foto Nany Lavado)

Domingo, 29 de marzo de 2020

Llamo preocupado a uno de mis muchos sobrinos. Es un joven, inteligente y creativo, que tras mucho esfuerzo ha levantado una empresa desde la que este año había comenzado a exportar a USA. Me sorprende. Tiene la moral muy alta. Ha tenido que hacer un ERTE, pero ha mantenido a varios empleados.

No, me dice, esto no es una guerra, es una catástrofe  natural. No sirve para nada quejarse, lo que hay que hacer es remangarse y arrimar el hombro”. “Me siento orgulloso de mi país, de cómo la gente ha respondido y de cómo las administraciones públicas están proporcionando con una rapidez inusitada instrumentos legales para que las empresas puedan hacer frente a la crisis”. “Lo urgente ahora es el problema sanitario, el confinamiento es imprescindible y se está haciendo bien pues cerrar toda actividad como algunos pretenden,  es una salvajada, no solo para el presente sino para garantizar la pronta salida de la crisis”…, “pero  lo que no tiene perdón de Dios es la incompetencia de las autoridades para dar respuesta a las necesidades sanitarias”. “Espero, -me dice con la misma contundencia con la que ha mostrado antes su resiliencia-, “que muchos de esos políticos terminen en la cárcel por incompetentes e irresponsables”.Conmigo un juez lo haría sin vacilar, si alguien muere porque no he sido capaz de garantizar la calidad de algunas de las piezas que fabrico”. “Es intolerable que estén muriendo miles de personas y que los sanitarios no tengan los medios adecuados”. “Sí, espero que así que todo esto pase, haya un castigo ejemplar para los incompetentes e irresponsables que han gestionado la crisis sanitaria”. Yo, que lo he llamado para animarlo, no he abierto la boca en los 20 minutos de teléfono. No ha sido necesario.

No, esto no es una guerra. No hay personas al otro lado a las que odiar y matar. Solo está la naturaleza en estado puro. Y la naturaleza no es ni amiga ni enemiga. Simplemente está. Para los presuntuosos que habían llegado a creer que el mundo les pertenece, esta catástrofe debería ser una lección de humildad. Para los ingenuos que veían el mundo a través de las  fantasías de Walt Disney, debería abrirles los ojos. No es fácil encontrar las palabras adecuadas para describir lo que nos está ocurriendo, ni lo es repensar cual es el lugar del hombre en medio de esta naturaleza de la que forma parte. En tiempos no tan antiguos todo esto no hubiera sido sino un castigo divino por nuestros pecados. Para algunos, hoy, esto no es más que la rebelión de una naturaleza, más que madre madrasta, que ha venido a cobrarse lo que le estábamos quitando. Pero, divinizar a la naturaleza no parece que ayude, a estas alturas, a nada. Y menos demonizarla.

Por hoy me basta con la conversación con mi sobrino. Me siento reconfortado con sus palabras. No ha necesitado de ninguna divagación patafísica para  encontrar, en medio de la marabunta, el camino adecuado. Sabía lo que tenía que hacer y lo está haciendo.  No se lo dije cuando colgó el teléfono, pero me siento orgulloso de él y ahora sí, con calma, no me voy a olvidar al final de esta crónica, de darle las gracias.

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La imagen del confinamiento en Málaga. Pero hay quien trabaja por nosotros. «Reiterar aquí nuestra admiración y agradecimiento a todos aquellos que están hoy con su esfuerzo y hasta con sus vidas, intentando paliar el desastre, es lo único que, tal vez, justifique estas crónicas».

Lunes, 30 de marzo de 2020

El miércoles día 25 de marzo, Antonio Muñoz Molina escribía en el Diario El País: “Nos ha hecho falta una calamidad para descubrir de golpe el valor de los saberes sólidos y precisos”. “Ni la izquierda ni la derecha tienen reparos en sustituir la historia por fábulas patrióticas o leyendas de victimismo”. La derecha prefiere ocultar los hechos que perjudiquen sus intereses y sus privilegios. La izquierda desconfía de los que parezcan no adecuarse a sus ideales, o a los intereses de los aprovechados que se disfrazan con ellos. La izquierda cultural se afilió hace ya muchos años a un relativismo posmoderno que encuentra sospechosa de autoritarismo y elitismo cualquier forma de conocimiento objetivo. Ni la izquierda ni la derecha tienen el menor reparo en sustituir el conocimiento histórico por fábulas patrióticas o leyendas retrospectivas de victimismo y emancipación. Dice más cosas, y para quién aún no lo haya leído (clickeando sobre su nombre)  le recomiendo que lo haga.

Tras su lectura, esta modesta crónica debería de terminar aquí. Pero seguimos,  pues nunca fue nuestro objetivo hacer literatura, ni ensayo, ni desde luego competir con  los maestros. Escribir no es ningún privilegio. No hace falta ser Platón para pensar, ni Demóstenes para hablar, ni Muñoz Molina para escribir. Escribir es como el hablar,  una necesidad de la que no somos plenamente conscientes. La escritura deletrea el pensamiento y es el mejor instrumento para “pensar lo que se dice”. Para pensar despacio.  Algunos viven  de la escritura y para la escritura (se llaman a sí mismos escritores), otros, entre los que me encuentro,  creemos que toda escritura es “escritura terapéutica”. Pero, cuidado, es posible que exista  una especie de derecho a escribir, pero  no su anverso, el de publicar y mucho menos el de que te lean. En todo caso seguir escribiendo después de Muñoz Molina  es una osadía que solo puede terminar bien con la benevolencia de los posibles lectores.

Y hasta aquí mis disculpas pues la  India acaba de confinar a sus 1.500 millones de habitantes. Comienza a ser más fácil imaginar el Big Bang que las dimensiones de esta catástrofe. Nos espera un futuro incierto y una tarea ingente. Mientras esto ocurre hay gente ahí fuera trabajando por nosotros. No estaría mal que el 12 de Octubre, como alguien ha dicho, cuando desfilen por la Castellana las fuerzas armadas, les acompañen, con paso civil, brigadas de médicos, enfermeras, auxiliares de clínica, farmacéuticos, científicos, celadores, chóferes, cuidadores de asilos, camioneros, agricultores, cajeras y repartidores de supermercados, vendedores de prensa y de todos aquellos que están hoy con su esfuerzo y hasta con sus vidas, intentando paliar el desastre. Reiterar aquí nuestra admiración y agradecimiento, hoy, es lo único, tal vez, que justifique estas crónicas.

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La Medicina, cuando ha sido puesta a prueba, siempre ha estado a la altura de ese gran legado histórico del que es depositaria. (Foto Hush Naidoo)

Martes, 31 de marzo de 2020

Me escribe un viejo amigo, Jefe de Servicio de mi antiguo hospital. Está  indignado con esos ciudadanos querulantes  e impacientes y con aquellos políticos y gestores que  hasta ayer mismo maltrataron al sistema sanitario público y que ahora, unos y otros, ensalzan a los sanitarios como héroes. Mi amigo me dice también otras cosas que no se si estoy autorizado a reproducir aquí.

Comparto tu indignación. Llevas toda la razón en lo de la sublimación heroica que se está haciendo de los que estáis ahí, como si con eso ya fuera suficiente. No son elogios sino EPI(s), lo que falta”. Unos y otros se  habían empeñado en que los médicos éramos unos técnicos al servicio del sistema productivo. Ha tenido que llegar esta dura prueba para mostrarle a todos, también a los propios médicos -miembros al fin de la sociedad del confort-, que la medicina, cuando ha sido puesta a prueba, siempre ha estado a la altura de ese gran legado histórico del que es depositaria. No es otra la razón por la que  fue una de las primeras profesiones a la que los Estados concedieron su ejercicio en régimen de monopolio. Un privilegio parejo al de su responsabilidad.

Sí, llevas toda la razón cuando sugieres que todos hemos sido víctimas y cómplices del discurso institucional, que nos llevó a creer que teníamos el mejor sistema sanitario del mundo (daba igual en esto si los apologistas eran de izquierdas o de derechas), confundiendo de nuevo rentabilidad con eficiencia. Desde luego me preocupa sobremanera lo que comentas sobre la manipulación institucional de las cifras. De ser cierto es intolerable. Como lo es nuestra impotencia.

No deja de ser una triste ironía que lo único que podemos hacer verdaderamente eficaz sea imponer una cuarentena de la que solo teníamos noticias en los libros de Historia de la Medicina. Es posible que lo peor esté por llegar, como anuncian todos los pronósticos y que también la curva de  casos nuevos esté comenzando a aplanarse. Sí, ojalá en los próximos días la curva ceda y pronto podamos de nuevo reencontrarnos. Pero cuando esto ocurra va a comenzar la cacería en busca de responsables. De nada servirá, el mensaje salvífico de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Todos hemos tenido alguna responsabilidad en los errores de previsión.

La memoria es selectiva, pero ahí están los periódicos y las actas del Congreso de Diputados. Yo mismo nunca creí que la epidemia adquiriría estas proporciones. Para forjar mi opinión tiré de lo único que tenía a mano, mi subjetividad, es decir mi experiencia. Qué razón llevaba Karl Popper cuando en la introducción de “La Sociedad abierta y sus enemigos”, escribió citando a Oscar Wilde, “experiencia el nombre que damos a nuestros errores”. En todo caso, más allá de la historia de nuestro sistema sanitario, que ambos hemos vivido juntos y de la incompetencia previsora en esta crisis, los médicos y el resto del personal sanitario están haciendo lo que siempre han hecho: lo que pueden.

Pero esta vez, querido amigo, a pesar de que te lamentes  de lo contrario, la gente sí que está reconociendo vuestro trabajo. Y yo desde aquí, con mi afecto sincero, también. Un fuerte abrazo

*EPI: Equipo de Protección Individual.

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¿Cual es el modelo ético que ha inspirado la redacción de las guías clínicas y éticas elaboradas por la Sociedad Española de Medicina Intensiva? Más bien parece el resultado de la traducción de documentos procedentes de otras latitudes. (Foto Nany Lavado)

Miércoles, 1 de abril de 2020

Al menos en Madrid y parece que ya también en Cataluña, el número de pacientes con necesidades de soporte vital supera al de dispositivos mecánicos. ¿Qué hacer cuando esto ocurre? ¿Qué hacer cuando esto ocurra? Un amigo, alto responsable de uno de los grandes hospitales públicos de la ciudad, gran médico y persona con  una solida formación humanista, me envía preocupado las guías clínicas y éticas que la Sociedad Española de Medicina Intensiva ha elaborado para, llegados a este punto, establecer las prioridades de tratamiento intensivo.

No procede aquí analizarlas con detalle, pero el carácter utilitarista de algunas de las recomendaciones parece más bien el resultado de la traducción de documentos procedentes de otras latitudes. Mi buen amigo tiene dudas sobre el modelo ético que ha inspirado su redacción y yo aprovecho para recordarle la importancia de que en los hospitales haya Comités de Ética Asistencial que no estén, como suele ocurrir, solo al servicio de las necesidades formales y de imagen de las gerencias. Unos comités de ética cuya función principal debe ser el “entrenamiento moral”, de los trabajadores sanitarios, sobre todo de los médicos que,  obligados a tomar decisiones en situación de incertidumbre, no pueden ni deben improvisar cada vez que se  presente una situación dilemática. Y es a esto lo que se llama entrenamiento moral, que en los últimos años  se estaba sustituyendo por la confianza desmedida en la tecnología y por los protocolos.

Las dudas de mi amigo y colega, le honran. A él por tenerlas y a mí por su confianza al compartirlas. Pero no es este el momento de las dudas sino de las decisiones y yo espero que las tomen quienes previamente se han preocupado de “entrenarse técnica y éticamente”.

Antonio Diéguez envía por el Whatsup de la Academia una entrevista en The Guardian a Julian Sevulescu, Director del “Oxford Uehiro centre for practical ethics” que Antonio conoce bien. En la entrevista Sevulescu se pregunta: “¿es correcto acortar (sortear) los pasos en la investigación del coronavirus?”.

Hasta después de la segunda guerra  mundial la ética no entró en la investigación científica. Núremberg (que no en vano se llamó “el juicio de los médicos”) e Hiroshima después, obligaron a repensar el método científico. La ética es hoy parte del método científico. La historia de la ciencia nos advierte que quienes han intentado atajos utilitarios en la investigación en humanos, han encontrado  razones a posteriori para justificar el eludir las razones éticas. Si algo aprendí del profesor Diego Gracia es que, aunque la Medicina es una profesión que toma sus decisiones en situaciones dilemáticas, en la mayoría de las ocasiones si se piensa despacio, si se está “suficientemente entrenado”, se encuentran alternativas que no pasan por un radical “cut corners in the search”.

Savulescu aparentemente solo se lo pregunta, pero por la forma de hacerlo y por lo que le tengo leído, son preguntas que parecen ya contener en sí mismas las respuestas.

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«Se suele decir que Dios escribe derecho con renglones torcidos». La humanidad tiene puesta toda su esperanza en que la Naturaleza haga lo que tiene que hacer, a pesar del daño que le hemos infringido. Mientras, llueve en Málaga (hasta 100 litros medidos en el pluviómetro del autor) y en Roma, sin que nadie lo festeje. (Foto web Vaticano)

Jueves, 2 de abril de 2020

Llueve. Más de 100 litros en el pluviómetro de mi casa. Pero nadie lo festeja. Hay otras prioridades. La educación por ejemplo. Algunos padres, aquellos que tanto fustigaban a los maestros, por fin van a ser los responsables de la educación de sus hijos. Les supongo encantados. Entrevistado Nuccio Ordine sobre la educación “on line”, muestra su preocupación: “crisis significa en latín decisión, elección, y tenemos que tomar muchas decisiones”, “la educación necesita del testimonio público del maestro. Necesita de la palabra”, “La humanidad es un continente (citando a John Donne)”, “ningún hombre es una isla”, recuerda Ordine. También Rafael Argullol en directo en una TV, se escandaliza: “¿Los padres e Internet como educadores? La educación que puede proporcionar la mayoría de los padres  se ve en las conversaciones en los bares”, dice con sarcasmo.  Pobres niños. Pobres maestros. Pobres padres.

Espectacular la reducción de la contaminación en todo el mundo industrializado. Definitivamente,  gritemos todos juntos ¡SÍ, SE PUEDE¡… pero, ¿a qué precio? Con esta crisis es posible que haya comenzado el futuro. Una hipótesis: ¿Y si esta tragedia que nos ha caído encima, al reducir la contaminación, estuviera evitando una mayor, desconocida e imprevista tragedia ecológica en los próximos meses? ¿Por qué no? Hoy ya sabemos que somos bastante incompetentes para predecir los riesgos del futuro. Nunca sabremos los que no se han producido ni sus motivos. Es como los no muertos de las políticas de prevención de los accidentes de coches. O parecido. Los no muertos podríamos haber sido usted o yo, pero  nunca lo sabremos.

Se suele decir que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Dios, la naturaleza, el destino, el azar, la probabilidad, la incertidumbre, la suerte que de todas estas formas  llamamos hoy a los viejos dioses. Lo comprobó Luca de Tena en 1979 en un manicomio de Madrid.

Porque a ratos, bien pensado, esto parece de locos. Millones de personas en todo el mundo, encerradas en sus casas, mirando por la ventana, esperando un milagro. ¿De qué forma podemos llamar el hecho de que la humanidad tenga en este momento puesta toda su esperanza en que la naturaleza haga lo que tiene que hacer, aunque nosotros le demos la esforzada forma de una curva de campana?

El filosofo Emilio Lledó, en “Memoria de la ética” escribió en 1994: “En la Guerra Civil sabíamos que lo malo eran las bombas que yo he visto caer, cuando los maestros nos echaban al campo, que era menos peligroso que estar bajo techo. Pero hoy es más misterioso. No vemos caer las bombas, ni oímos las explosiones, y no sabemos qué cara tienen el horror y la sangre. Lo que sí oigo es el charlataneo”. Lledó, como es obvio,  no hablaba entonces del coronavirus. Pero como si lo hiciera, el viejo maestro.

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Vigésimo día de confinamiento. La ciudad más silenciosa, si cabe. (Foto de Nany Lavado)

Viernes, 3 de abril de 2020

Vigésimo día de confinamiento. Ayer en este mismo Blog, Ricardo Salas escribía un artículo en el que, salvando las distancias, sugería, como ejemplo para el futuro, aprender de la lucha contra los incendios forestales en Andalucía y en España. Salas con su artículo nos remite al mundo rural. Hay muchas cosas prescindibles, ahora lo sabemos, pero la comida no es una de ellas. Por eso las panaderías siguen abiertas. También los supermercados y las fruterías. Se nos estaba olvidando que la comida  no nace en los estantes de los supermercados. Sigue habiendo una cosa que se  llama agricultura, la más vieja y generosa de las culturas, que ahora como siempre viene al rescate de un mundo que la ignora.

No, nadie esperaba una calamidad así. ¿Nadie? “En el año 2000, 189 gobiernos se  comprometieron en la cumbre de Abuya (The Abuja Declaration: Ten Years On WHO), a destinar el 15% de su presupuesto a mejorar la sanidad, y no lo han hecho», escribe As Sy, entonces directora general de la OMS.  Solo han pasado 20 años. Hace menos de 6 meses un organismo de la OMS –The Global Preparedness  Monitoring Board– presentó en NY, su informe anual sobre “Preparación Mundial de Emergencias Sanitarias”. En él,  leemos: “el espectro de una urgencia sanitaria global se vislumbra en el horizonte”. «Nos gustaría decir que estamos preparados para lo que puede venir, pero no es así”.Si un brote de un nuevo y agresivo tipo de virus estallara mañana, el mundo no tendría herramientas para evitar la devastación. Morirían entre 50 y 80 millones de personas y liquidaría el 5% de la economía global. No contamos con las estructuras suficientes para hacer frente a la próxima pandemia letal”. “Hay que prepararse para lo peor”. “Esto quiere decir que nadie es ajeno a las consecuencias más nefastas”. “Europa y Norteamérica se sienten muy a salvo, pero hay que explicar a la gente que, en un mundo interdependiente, cualquier brote puede afectar, como mínimo, a los países vecinos. Creo que todavía no somos conscientes de lo conectado que está este planeta a través del transporte aéreo. En cuestión de horas puedes haber llevado cualquier enfermedad de un lado del globo a otro”. Dice Harlem Brundtland, que fue primera ministra de Noruega y directora general de la OMS, entre 1998 y 2003.

Yo imagino hoy a quienes elaboraron este informe, sentados en la OMS, mirando al mundo a través de las cristaleras del gigantesco edificio, indignados, gritando: “¡El que avisa no es traidor!”. “Ya lo dijimos”. Y ahora a joderse (eso es lo que hubiera dicho yo de estar en su pellejo).

Recibo un manifiesto formado por una mujer  en el que denuncia el urbanocentrismo del decreto de confinamiento. “En mi aldea, en la Sierra”, dice, “podemos ir a un super que no existe, pero me multan por ir sola a mi huerta a coger una lechuga”. La vida.

Sábado, 4 de abril de 2020

Vivo, como según algunos amigos saben, en un espacio intemporal y de forma virtual en el cerebro de muchos amigos”. Así comienza Ricardo Ponce en  el Blog SINAPSIS que edita  mi amigo  el Dr. José Herrera Peral, un excelente artículo  sobre la pandemia. Me da la impresión de que el autor, con esta reflexión no estaba hablando del confinamiento,  pero a mí me parece una hermosa y profunda metáfora  de lo que nos está  ocurriendo.

En Madrid mi suegra (98 años),  mi cuñada (68 años) y una asistenta rumana (63 años),  han pasado encerradas en su piso, solas y a pelo, la infección por COVID19.  En el centro de Salud de su barrio,  solo quedan 3 médicos de los 11 de la plantilla,  el resto  están en IFEMA o de baja. Desde aquí Isabel, por teléfono, hace lo que puede. En Madrid a los enfermos viejos  de las residencias, han dejado de llevarlos a los hospitales. Dicen. Todas las profecías se están cumpliendo. Los utilitaristas terminan siempre  teniendo la razón, aunque no por eso los aborrezca menos.

Un Unamuno cansado y viejo le escribió a un amigo médico: “Lo digo y lo repito, me cago en la electricidad, en las máquinas de vapor y en los sueros inyectables”*. Unamuno hablaba de otras cosas, pero yo sin compartirlo,  le entiendo.  Pobres viejos. Pobres de aquellos que tienen que tomar estas decisiones.

Mientras esto ocurre hay otras profecías que no conviene olvidar. La escribió lapidariamente Sánchez Ferlosio en el frontispicio de uno de sus libros. “Vendrán tiempos más malos  y nos harán más ciegos”. (Vendrán más años malos y nos harán más ciegos/vendrán más años ciegos y nos harán más malos. /Vendrán más años tristes y nos harán más fríos/ y nos harán más secos/ y nos harán más torvos). A medida que pasan los días y la curva se resiste a descender, las trompetas  de los profetas del Apocalipsis callan los cánticos de  ánimo y de esperanza.

Nos habían prometido demasiado. Nos habían prometido, por ejemplo, la medicina personalizada y ahora, en el momento de la verdad, la única solución  es encerrarnos a todos en nuestras casas. ¡A todos! Sin distinción de edad, sexo, clase o religión. La epidemia pasará, pero las secuelas sociales tardarán en cicatrizar. Para la inmensa mayoría de la sociedad el presente se ha quedado en suspenso y en manos de  un puñado de personas a los que aplaudimos a las 8 de la tarde. Los demás, ociosos, expulsados del presente, enajenados por la realidad virtual, la única ventana al mundo, volvemos la mirada al pasado buscando culpables u oteamos el futuro intentando imaginar un mundo después del COVID19.

Pero mientras todo esto ocurre, mientras “todo lo que era sólido” (Muñoz Molina), se desmorona, la imagen de mi nieto, feliz, disfrutando de estas vacaciones inesperadas, hablando entusiasmado por primera vez por skype con sus amigos del alma, me obliga a la esperanza. Pues mirado con serenidad, ¿a quién le importa mi desánimo o el tuyo?

* Contenido de parte de unas cartas escritas en 1902 por Miguel de  Unamuno, cuando tenía 38 años al Dr. Hipólito Rodríguez Pinilla,  médico y amigo de Unamuno que trabajaba en los Baños de Ledesma y aspiraba a ser catedrático en la Universidad de Salamanca.

Domingo, 5 de abril de 2020

 “La medicina del futuro ya está aquí. En los próximos años los algoritmos sustituirán a los médicos. Harán mejores diagnósticos y los robots harán prescindibles a los cirujanos. La medicina del futuro es la  medicina de la performance”. Así hablaban hasta ayer mismo los Zaratustras de la inteligencia artificial.

No quisiera que pareciera oportunista mi  pregunta, pero ¿dónde están escondidos en este momento estos profetas? Supongo que estarán haciendo cálculos para  predecir con más precisión el pasado.

En Holanda un ministro ironiza sobre el papel de los  viejos en las sociedades mediterráneas. Protestantes contra católicos. Puritanos del norte contra libertinos del sur. Utilitaristas contra vitalistas. ¡Pero, ¿no habíamos decretado el fin de la historia?¡ Mientras, los europeos desentierran las viejas banderas y Cuba, Rusia y China envían ayuda a Italia. El mundo al revés.

“Siempre está oscuro antes de encender la luz”, cantaba Cole Porte en Anything Goes, en 1934. En una ocasión, siendo subdirector del Colegio Mayor Hernando Colon en mi época de postgrado en Sevilla, recibí la llamada de un estudiante. Llamé a la puerta de su habitación  y le pregunté: ¿qué haces?, estudiando,  me dijo. Creí que bromeaba. Era ciego, lo había olvidado y los ciegos no necesitan luz para leer.  Esta experiencia del estudiante ciego leyendo con la luz apagada, aparece aquí, de pronto, en medio de este confinamiento, renacida desde el pozo negro e imprevisible de la memoria.

Para nosotros, para casi todos los españoles vivos en este momento, esta es quizás la primera gran catástrofe global. Pero no es la primera para la humanidad. Es seguro que fue mucho peor la guerra civil para nuestros padres y abuelos. Tuvieron que sufrir miles de muertos y exilados y luego el silencio -esa forma  cruel de confinamiento-, de una larga dictadura. Una lección que ahora, en los últimos años, se está comenzando a olvidar al desaparecer las últimas generaciones que lo vivieron y, con ellas. la memoria.

Tampoco parecen haber escarmentado de la masacre de la  segunda guerra mundial, las nuevas generaciones europeas. Al menos si las juzgamos por las señales de humo negro procedentes de las hogueras que se están encendiendo en todos los rincones de Europa ¿Ocurrirá igual con esta pandemia? No hay motivos para pensar que no. Pero si con todo lo que sabemos hoy mantenemos los ojos cerrados, estará bien empleado lo que nos pase. En fin, que como siempre se ha dicho: “no tendremos perdón de Dios”.

 Me acuerdo ahora de un chiste en el que un fervoroso judío le pide al Dios de Abrahan que le toque la lotería. Yahvé se le aparece y colérico, como corresponde, le amonesta mientras grita: “¡Por lo menos podías comprar un décimo!”. ¿Es que no vamos a aprender nunca? Aprendemos a palos y mientras tanto, solo nos acordamos de santa Bárbara cuando truena.

Lunes, 6 de abril de 2020

Algunos quieren convertir esta guerra con el COVID19 en una guerra civil. Por ahora se conforman con la construcción de “relatos” antagónicos, «hunos» de izquierdas y «hotros» de derechas. Para “alguna derecha” no hay duda que la culpa la tiene la actual izquierda incompetente y antiespañola que  no solo se alió con los enemigos de la patria sino que están intentando aprovechar esta invasión vírica,  para destruirla. Sus videos y discursos son para asustar a cualquiera. Para “alguna izquierda” el relato es más sofisticado. La culpa la tienen los neoliberales anglosajones y centroeuropeos, capitalistas y financieros  del norte, esos ricos de Europa, que son, con diferencia, los que más relaciones han tenido con China. ¿No fueron, acaso, turistas ingleses y alemanes los primeros infectados en España? Unos capitalistas protestantes que ahora necesitan una nueva leyenda negra, una nueva  gripe española (esta vez, una gripe  del SUR de Europa), a la que trasladar su criminal responsabilidad. Que la culpa, en fin, la tiene el capitalismo, blanco, protestante y urbano. Lo sorprendente es que quienes ahora se esfuerzan en construir este relato, tan parecido al de la vieja  leyenda negra, son los mismos que  crucificaron a nuestra académica Elvira Roca Barea que tuvo el atrevimiento de cuestionar todos estos dogmas con los que desde la Transición esa “alguna izquierda”,  gestionaba la historia.

Al escucharlos  no puedo dejar de acordarme de Unamuno cuya biografía de Colette y Rabate acabo de terminar. Un gran relato, ¡este sí¡, en el que se registra con detalle quirúrgico la vida de Unamuno a través de un pensamiento y una obra  que encarna la atormentada vida de España hasta la guerra incivil del 36. Un Unamuno socialista, liberal, republicano, y por unos días franquista, impertinente, resentido e incapaz de renunciar a su libre pensamiento, cuyo trágico final paseado por los falangistas, ya muerto, por la calles de Salamanca, podía haber inspirado a Valle-Inclán.

Pocos quedan ya de los que vivieron aquella España y para casi todos los ciudadanos esta es la primera gran catástrofe colectiva. Pero sigue siendo muy importante su recuerdo. Ahora que se afilan las navajas para el día de después, convendría acordarse del “Resentimiento trágico de Unamuno” ese momento en el que como si de una locura colectiva se tratara, comenzaron a matarse los “Hunos a los Hotros”.

Pero yo, aquí, en la soledad de estas crónicas solo espero que los mismos ciudadanos que han demostrado una madurez y una entereza encomiable, victimas que no héroes, pongan, cuando llegue la hora, a cada uno en su sitio. Sí, es importante encontrar a los culpables pero lo es más encontrar las soluciones. Aunque no deberíamos olvidar que todo comenzó con un chino que se comió un murciélago. Parece una broma.

Martes, 7 de abril de 2020

Tras su primer “Homo Sapiens. De animales a dioses”, Harari en la última parte de “Homo Deus. Una historia del futuro”, nos sorprende con una adhesión entusiasta a la nueva biología del algoritmo. A esa fisiología de los datos, que algunos llaman dataismo.

En las próximas décadas «vamos a convertirnos en dioses«, ya que «adquiriremos habilidades que tradicionalmente se pensaban que eran habilidades divinas», escribe  Harari, adhiriéndose sin reservas a las tesis más solemnes del transhumanismo. Sin embargo visto lo que está ocurriendo estos días, no parece que Harari , el profeta, fuese capaz de prever ni siquiera lo que iba a ocurrir al día siguiente. Que es hoy.  Y hoy Harari escribe un brillante y extenso artículo difundido en el diario LA VANGUARDIA bajo Copyright @ Yuval Noah Harari.  En él parece haberse olvidado de sus premoniciones y escribe, por ejemplo: “Debemos tomar una decisión. ¿Viajaremos por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la solidaridad mundial? Elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Elegir la solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la humanidad en el siglo XXI”.

Pero, ¿no habíamos quedado que éramos la última generación mortal? Pues para mí, modestamente, que esta tesis se parece más a las viejas utopías de aquel rancio humanismo que Harari había dado por muerto y frente al que se alzaba el sueño de un hombre nuevo, un homo biotecnológico y transhumano. Parece que los humanos hemos vuelto a la casilla de salida. Entretenidos en jugar a ser dioses nos habíamos olvidado del diablo.  Mientras que una parte de esos científicos de los que con tanto entusiasmo hablaba Harari, se habían olvidado del mundo, el mundo no se había  olvidado de ellos y les obliga ahora a descender de la torre de marfil en la que se habían instalado y desde la que sermoneaban al resto de los anticuados y reaccionarios mortales.

Afortunadamente  no todos los científicos perdieron el norte. Son los que hoy, en los laboratorios, en las bibliotecas, en los departamentos de filosofía, en los hospitales, están intentando una vacuna, ensayando contrarreloj un tratamiento, ingeniando una manera de gestionar epidemiológicamente a la población, reflexionado como hacer todo esto sin conculcar los derechos fundamentales que con tanta dificultad se han conseguido. Sí, es gracias a esta inmensa minoría silenciada en este primer cuarto del  siglo XXI, por la que saldremos adelante.  Así son las crisis. Hasta es posible que hayamos aprendido algo.

Pero si quieren seguir con esta conversación les recomiendo que lean el artículo de Antonio Diéguez, hoy mismo,  en el diario EL CONFIDENCIAL. Aclarará muchas de las dudas que esta precipitada crónica haya podido generarles.

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La «superluna» nos ha dado un poco de entretenimiento, y una luminosidad nocturna que parece inducirnos a la esperanza. «Hay miles de personas anónimas que están demostrando con su gratuidad, que otro mundo es posible» (Foto de Nany Lavado).

Miércoles, 8 de abril de 2020

Hoy, ya en la cuarta semana de encierro, los medios de comunicación social comienzan a vomitar las estadísticas de la catástrofe económica. Anonadado asisto al espectáculo. Desde aquí, amarrado al sillón de mi casa, la mirada perdida ante la pantalla de la televisión, la situación me desborda de tal manera que me resulta imposible tener emociones a la altura de los pronósticos.

No hay ninguna solución a corto plazo pero en los medios los tertulianos se despachan a gusto. Romper con la UE porque no está a la altura de las circunstancias, poner en cuarentena  al Estado de Derecho con la fantasía, a la china, de una mayor eficiencia, exigir la dimisión del gobierno en plena vorágine sin ni siquiera tener soluciones alternativas, cerrar las fronteras de Cataluña para satisfacer el desvarío secesionista, entre otras muchas son las soluciones de los que no distinguen entre la ética de la convicción y la de la responsabilidad. De los que, en fin, nunca han leído a Max Weber.

Por eso es más singular un acontecimiento que está ocurriendo ante nuestros viciados ojos de espectadores audiovisuales. Confinados en nuestras casas, sin más ventana al exterior que los medios, los españoles estamos viendo aparecer en las pantallas  rostros  y nombres desconocidos a los que los periodistas se dirigen con respeto. Son personas que solo hablan cuando se les pregunta, que responden pausadamente y en voz baja, que se atienen a lo preguntado, que lo hacen con precisión, con tranquilidad incluso sobre cuestiones dramáticas como las que ahora nos abruman. Gente que cuando se les pregunta, y no conocen la respuesta, simplemente contestan: no lo sé.

Suelen ser filósofos, sociólogos, historiadores, científicos, médicos. Personas que llevan toda su vida trabajando en sus casas, en sus despachos, en sus centros de investigación sin que nadie les haya prestado apenas atención, salvo quizás en programas descontextualizados, emitidos en horas de insomnes. No entendemos lo que nos pasa y en esta hora, que es una hora de la verdad, para nada sirve el ruido y la furia a la que los medios nos tienen acostumbrados. No, no tienen respuestas ni promesas, pero sus razonamientos se entienden y confortan.

No, este país no era un erial achicharrado por la vulgaridad y los escándalos. Allí, al lado mismo de nosotros había personas, como los médicos, las enfermeras, los sanitarios,  que hasta ayer solo eran sujetos de atención cuando eran agredidos, y que ahora son aplaudidos cada día a las ocho de la tarde, científicos y filósofos a los que nadie conocía que introducen un poco de sentido común en todo esto.

Pero sobre todo, hay miles de personas anónimas, imposible de identificar aquí a todas, que están demostrando con su gratuidad, que otro mundo es posible. Que todo no está perdido. Que saldremos adelante.

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No es fácil. Intentamos hacer lo conveniente con los medios que disponemos” (Foto gentileza de Luis Medina-Montoya)

Jueves, 9 de abril de 2020

A finales de los setenta del pasado siglo la Residencia Carlos Haya se transformó en un gran hospital de especialidades. La demanda asistencial aumentó exponencialmente. Pronto las urgencias estuvieron desbordadas, pero todos los días se producía  el mismo milagro. Lo que parecía imposible a media tarde, vaciar la urgencia,  se conseguía hacia la media noche. Intentábamos hacerlo lo mejor posible con los medios que teníamos. Los médicos de la puerta daban altas y los de las plantas ingresábamos a los pacientes. De vez en cuando, a lo largo de la guardia, la presión era tan alta y el número de pacientes graves lo suficientemente importante como para que  los médicos ocupáramos con camas  los pasillos de las plantas e ingresáramos hasta cinco enfermos en las habitaciones de tres. En una ocasión recuerdo que, “desesperado”, una madrugada ocupé con dos pacientes el despacho del jefe de departamento. Hace muchos años de esto, pero jamás olvidaré su cara de estupor al día siguiente.

Las discusiones entre los médicos de las plantas y los de UVI  eran continuas. Eran muy estrictos  y mantenían a rajatabla sus criterios de ingreso. Hacían lo que podían porque la UVI no se saturara. No había grandes epidemias  en aquel momento. Tampoco la TV retransmitía en directo las escenas de camas con pacientes y sueros colgados,  en los pasillos. Si acaso alguna nota en el Diario Sur,  cuando denunciábamos la situación ante los medios. Tampoco nadie llevaba la cuenta de los muertos, muchos de los cuales  no he olvidado. Nadie se acuerda ya de eso, porque era “lo normal” y porque nadie lo contó.

No intento compararlo con lo que está ocurriendo en estos días. ¿Qué ocurrirá cuando no haya espacios suficientes en las UCIs?, se preguntan hoy tertulianos, filósofos, sociólogos, matemáticos. Nadie se hizo estas preguntas en aquellos años, y los médicos hicieron lo que tenían que hacer. Hicieron lo que pudieron. Después mejoraron las cosas  y la gente llegó a creer que el recién conseguido confort sería para siempre. Algunos no estábamos tan seguros. Por eso hemos seguido defendiendo el sistema sanitario público, cuando otros pensaban que el turismo de salud seria el gran negocio para la Costa del Sol. No hemos podido olvidar aquellos años. No he podido olvidar el desdén de algunos colegas.

Los sueños de los médicos de mi generación están llenos de aquellas sombras. Hace unos días  preguntaron en el telediario a un médico que acababa de terminar su turno en la urgencia de un gran hospital de Madrid: “¿están ya teniendo que seleccionar quien va y quien no va a las UCI?”.  La pregunta quería decir, “¿están ustedes ya haciendo economía sanitaria de guerra?, ¿quién tiene derecho a salvarse y quien a morir?”.  Era una pregunta inevitable, pero truculenta.  “Esto no es una situación nueva para nosotros”, le contestó el médico. “No es fácil, pero en nuestro trabajo estamos acostumbrados a tomar este tipo de decisiones. Intentamos hacer lo conveniente con los medios que disponemos”. Eso es todo. No se quejó, no era el momento   y eso fue para  mí lo más emocionante.

No es nada nuevo. “Médicos sin fronteras”  lo lleva haciendo ante nuestras narices desde hace muchos años, y en todo el mundo. En todo el mundo.

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Es tiempo de mirar alto y a lo lejos para no perder la perspectiva por causa del confinamiento. Un horizonte lejano, como la Luna sobre las torres de la Catedral y el Ayuntamiento de Málaga, nos ayudarán a soñar con un próximo final en esta pesadilla (Foto de Nany Lavado).

Viernes, 10 de abril de 2020

Una de las primeras instituciones en responder a la llamada contra la pandemia fue la Conferencia Episcopal.  Ordenó vaciar el agua bendita  de todas las Iglesias y dispensar a los fieles de la asistencia a las misas dominicales. Con las virtuales basta. Un obispo italiano, sin embargo,  ha puesto el grito en el cielo. La Iglesia no es de este mundo y no puede temer al coronavirus ni a nada. ¡Cómo va la Iglesia a privar a los fieles del  mensaje salvífico, del consuelo espiritual, del refugio que en todos los tiempos, los buenos y los malos, proporcionaron las Iglesias¡ Sin embargo la conferencia episcopal parece haber aceptado que el mundo, el demonio o  la carne,  los enemigos tradicionales del alma, ya no son lo que eran.

En 1901 MacDougall un científico americano, se propuso investigar cuánto pesaba el alma humana. Así describe uno de sus experimentos realizados en un asilo de ancianos. “El paciente fue perdiendo peso poco a poco a un ritmo de 28,35 gramos por hora debido a la evaporación de la humedad a través de la respiración y la evaporación del sudor. Transcurridas tres horas con cuarenta minutos, el paciente expiró y, de golpe y coincidiendo con la muerte, el final del astil de la balanza bajó y golpeó de forma audible la barra limitante inferior y permaneció allí sin rebotar. La pérdida de peso se estableció en 21,26 gramos”.

En un estudio posterior MacDougall también pesó a 15 perros moribundos en balanzas, descubriendo que su muerte no implicaba ninguna pérdida de peso. Por ello concluyó que los animales no tenían alma y que el peso del alma era de 21 gramos.  Ya nadie recuerda aquellos experimentos, refutados por la comunidad científica. También por el Santo Oficio al que un alma material estorbaba.

Para la mayoría de la gente la fe en el coronavirus no es muy distinta a la que llevó a MacDougall a hacer aquellos macabros experimentos. Creemos en algo, el COVID19,  que no vemos ni lo veremos nunca, y del que ni siquiera está la ciencia segura que se trate de un ser vivo.  Y lo creemos porque  otros,  los científicos, los sumos sacerdotes de nuestro tiempo lo dicen. Una fe no muy distinta a la  fe con la que creemos en un alma que vive en nuestro interior y que nos abandona cuando el cuerpo muere.  ¿Una fe no muy distinta? ¿Estamos seguros que es de la misma naturaleza la fe en el alma que la fe en el coronavirus? Para algunos lo será, pero para otros,  entre los que  seguro que se encuentran todos los miembros de esta Academia, no.

La gente cree en el coronavirus, porque confía en la manera en la que los científicos lo saben. También por la tos, por la fiebre o por la muerte de sus seres queridos. Pero el alma no duele ni pesa, que eso ya hoy si lo sabemos. ¿Por qué, entonces, cree la gente en la existencia de un alma inmortal? Pues no seré yo el que se atreva a contestar aquí esta pregunta. Pero si sé que a algunas personas esta creencia le ayuda a hacer frente con mas ánimo -que es palabra de la misma familia que  alma-, al malvado coronavirus.

Leo estos días una entrevista a Karen Armstrong, historiadora británica de las religiones: “Cuando arrinconamos a la religión surgen los fundamentalismos”. Hoy es Viernes Santo y esta vez el silencio está repartido por igual entre  creyentes y ateos, entre religiosos y laicos. No es ningún consuelo.

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La Virgen de la Soledad y Quinta Angustia (Cabra) (vía ABC de Córdoba)

Sábado,  11 de abril de 2020

Hoy es sábado de gloria y no hay periódicos. Este día se me hará más largo. En Cabra hubiera salido La Virgen de la Soledad, que cada año lo hace el sábado a media mañana en lugar del viernes santo, como en todas partes. No hay ninguna razón litúrgica para ello. Solo es para que salga y luzca sola, La Soledad. En una ocasión se paró en la puerta de mi casa para que mi padre, ya viejo y enfermo, pudiera verla de cerca. Poco después mi padre murió. “¿Hasta cuándo durará esta pandemia? ¿Hasta cuándo durarán estas crónicas?”, me pregunto a mí mismo, a manera de disculpa, en el whatsapp de la academia. Un académico me contesta con sorna: “Federico, ¡tu confine es nuestro confine!”. Nunca había declinado el verbo confinar y hacerlo ahora, ver palabras que entendemos pero que antes nunca habíamos utilizado, ¡y en subjuntivo!, produce un exótico y agradable placer.  Pero además, querido amigo, (¡gracias JDRS!), en pocas  palabras has conseguido definir el estado de ánimo de millones de españoles que, confinados,  ahora quizás por primera vez,  tenemos conciencia de un destino común.

Dice Julio Llamazares, y dice bien, que “Lo que uno no se explica es que, viviendo en un país con 46 millones de expertos en pandemias, hayamos llegado a esta situación”. Y luego están los “influencer”. De los más consultados por los medios, sobre todo al principio de la crisis, han sido dos prestigiosos y mediáticos cirujanos plásticos expertos en reconstruir caras y penes. Se acababan de enterar de lo que es un “Ro”, pero eso no les impedía hablar con gran seguridad de esto y de lo otro, de formular tal o cual profecía. Es el síndrome de la persona mediática, esa omnisciencia que proporciona la fama, tan cercana a la estulticia.

Leo con gusto, desde hace muchos años a Félix de Azúa. Me gustan sus columnas semanales,  aunque debo confesar que en los últimos tiempos parece poseído de una fiebre conservadora que le hace ver catástrofes por todas partes. Como les suele ocurrir a los agoreros  de vez en cuando acierta y entonces, con tono jactancioso, exclama “¡ya lo decía yo!”. Pero incluso, advertido como estoy, me ha sorprendido con su última columna del País, reclamando “Un gobierno de técnicos, por favor, con mucha experiencia y ninguna ideología”. Está claro que Félix de Azúa tiene un empacho de Platón. Le suele ocurrir a los estetas. Terminan anteponiendo la belleza a la inteligencia. A mí, modestamente,  solo se me ocurre recomendarle desde aquí que relea la crítica que Popper hace a Platón en su introducción a la “Sociedad abierta y sus enemigos”, de la que ya hemos hablado en estas crónicas y cuya lectura me convirtió durante algún tiempo en un fanático popperiano. Se me pasó pronto.

Poco antes de morir, el doctor Li Wenliang, el oftalmólogo chino que advirtió ya en diciembre -y fue represaliado por ello-  de la existencia de una enfermedad producida por un virus nuevo, dejó escrito: “En una sociedad sana no debe hablar solo  una voz”. No deberíamos olvidarlo. Li Wenliang pasará a la historia. No es ningún consuelo.

Ramón y Cajal
¿Existe algún paralelismo entre la arquitectura, la cultura, Ramón y Cajal y el COVID19? Difícil encrucijada que el cronista encara en su narrativa del Domingo de Resurrección.

Domingo, 12 de abril de 2020

Es Domingo de Resurrección, el día que en la tradición cristiano católica la vida vence a la muerte. Es mediodía y el sol de primavera acaricia. Ha llovido algo esta noche y la luz atraviesa una atmósfera tan limpia que confunde. Todo invita a la conversación y a la calma. En realidad no sé qué decir. Estar confinados, esperando, parece un privilegio del que no podemos librarnos. Es una situación muy extraña. No se puede ser feliz en medio de tanta desgracia.

En un Parlamento medio vacío el presidente del gobierno solicita la continuidad del confinamiento. La extrema derecha nacionalista y la extrema izquierda nacionalista votan en contra. Los otros nacionalistas catalanes, oportunistas, se abstienen. El mérito de este gobierno es tener que gobernar con tan insoportable compañía. Un grano para este país. ¡Resistiremos¡ ¿Resistiremos?

Unos amigos me envían un número atrasado de Jot Down en el que aparece una extensa entrevista a un famoso arquitecto español, cuyo nombre no voy a desvelar. Las respuestas son autocomplacientes, llenas de citas literarias y de filósofos. El entrevistador en varias ocasiones lo identifica como un hombre del Renacimiento. El entrevistado parece sentirse complacido con la etiqueta. En un momento, y para explicarnos lo cainita que es este país (menos él), pone el ejemplo de cómo Don Santiago Ramón y Cajal impidió que a Don Pío del Río Hortega le dieran el premio Nobel. Después de explicarlo, exclama: “Hombre, eso no se hace. Eso traduce muy bien el espíritu de lo que es España. Cuando voy fuera procuro ayudar a los españoles, porque procuro hablar bien de los arquitectos. Etc, etc.”.

Caramba me dije, ahora sé porque me han enviado la entrevista mis amigos. Desde luego es sorprendente. Como estrategia, compararse con Cajal no está nada mal, aunque sea para calumniarlo. Desde ese momento dejé de pensar en el coronavirus y toda mi atención ha estado centrada en recuperar esta historia. Pido con urgencia al CSIC una publicación del 98 donde tratan de las relaciones entre Cajal y del Río Hortega, y a la librería Proteo “El maestro y yo”, un relato autobiográfico de del Río Hortega escrito en el exilio, en donde cuenta, entre otras cosas, su relación con Cajal. Hablo también con un amigo medico catalán que publicó un libro delicioso (“Cajal y la Naturaleza”).

Solo puedo aquí adelantarles brevemente el resultado de mis pesquisas. En ocho palabras: el afamado arquitecto renacentista, miente como un bellaco. Pero todo esto ha tenido para mí una consecuencia inesperada y un corolario. He olvidado por unas horas  la guerra que se está librando ahí fuera. Y el corolario, por cuya  petulancia pido disculpas: “para esto sirve la cultura”. Savater lo decía con más humor que yo y en mejor momento, cuando le preguntaron para qué sirve la cultura: “para pasarlo bien gastando poco”. Y en esa estamos, qué remedio.

Lunes, 13 de abril de 2020

Ya hemos citado en estas crónicas al artículo de Antonio Muñoz Molina, cuyo título lo dice todo, “El regreso del conocimiento”, en el que llama la atención de cómo por primera vez los científicos están siendo escuchados. Y no será aquí, en esa modesta crónica, en donde estropeemos esta magnifica y tan esperada noticia. Pero han pasado ya el número de días suficiente desde el comienzo del confinamiento como para empezar a percibir un cierto atasco en los medios de comunicación de personas que,  más que contribuir a la información,  parecen empeñados en hacer una apología de su profesión.

En realidad todas las profesiones están aprovechando la ocasión para exhibirse en estos momentos. Y la de los científicos no es una excepción. Ya era hora, pues en España llevan siglos escondidos en las catacumbas de sus laboratorios. Pero algunos científicos, precisamente porque hablan en nombre de la ciencia, deberían ser más modestos. Desde luego no es el momento de “hacerle a nadie la autocrítica,  pero una parte de la ciencia del último cuarto del siglo pasado había perdido el norte, entretenida en cuestiones perfectamente prescindibles, o en todo caso no prioritarias para el interés de la humanidad.

Una parte importante de la ciencia ha estado  más atenta a la investigación de cosas relacionadas con el confort de unos pocos que con el bienestar de todos. La dependencia de los intereses del mercado y no de la humanidad, la obsesión utilitarista, esa que confunde conocimiento con tecnología, la complacencia y la connivencia con las fuentes de financiación, vinieran de donde vinieran, la fantasía de que era de la biotecnología de donde vendrían todas las soluciones, el olvido de la importancia de la sociogénesis frente a la biogénesis en la explicación de los problemas de la humanidad, la tímida autocrítica en su responsabilidad en la aparición del Antropoceno, la complacencia cuando no connivencia en el deterioro de la formación de los jóvenes en disciplinas humanísticas, y mil cosas más, deberían obligar a estos científicos a ponerse a trabajar sin pavonearse, especialmente porque las soluciones a corto plazo de esta catástrofe sólo pueden venir de la propia ciencia. Y es este el mayor  reconocimiento que de la ciencia puede hacerse.

Pero a largo plazo la ciencia debería replantearse cuál debe ser su papel. Hay motivos para la modestia de los científicos. La impotencia ante esta pandemia es una de ellas. José Antonio Marina en alguno de sus libros escribe: “la gravedad nos mata, la gravedad nos salva”. Así también la ciencia y la tecnología. En los últimos tiempos la ciencia comenzaba a verse más como un riesgo que como una oportunidad. También en determinados escenarios políticos se estaba propalando un anticientificismo demagógico y primario.

En los últimos días el profesor José Becerra  ha publicado en este mismo blog una detallada revisión de cómo la investigación básica puede contribuir a parar esta pandemia. Son este tipo de contribuciones mesuradas y precisas las que pueden hacer que la imagen de la ciencia salga reforzada de esta catástrofe. Que así sea está en las manos de todos. También de las Academias de Ciencias y la de Málaga, desde la que hoy escribo, lo sabe.

Martes, 14 de abril de 2020

He comenzado un libro titulado “El cuerpo humano. Guía para ocupantes”, de Bill Bryson, periodista norteamericano afincado en el Reino Unido. De él extraigo esta historia que viene como anillo al dedo en estas crónicas de la cuarentena.

En el Reino Unido, en el condado de Wiltshire, existió una “Unidad del resfriado común”. La cerraron en 1989 tras muchos años de investigación, incapaces de encontrar una cura. Pero su trabajo no fue completamente inútil. Antes de echar la llave publicaron algunos experimentos interesantes. Así lo cuenta Brysson. “A un joven sano le colocaron en la nariz un dispositivo que iba instilando, a una velocidad similar a la de un acatarrado, un líquido especial marcado con una sustancia solo visible bajo la luz ultravioleta.  Los autores del estudio simularon un cóctel con nuestro joven mocoso como cobaya invitado. Al cabo de varias horas encendieron la luz ultravioleta y, sorprendidos pudieron comprobar que todo estaba contaminado con partículas del líquido instilado en la nariz. Los dedos, las caras los pelos, la ropa, pero también los pomos de las puertas, los cristales de los vasos, los frutos secos. Unos a otros se habían ido contaminando de los mocos del probando”.

Otros muchos experimentos han mostrado algo parecido. La conclusión es que intercambiamos efluvios y microbios todos  los días y a todas horas, igual  que lo hacemos con el aire que respiramos y con las palabras e ideas que compartimos. Que intercambiar microbios es lo normal y que solo aislados en una cámara  estéril y hermética podemos evitarlo. Un empeño estéril (sic), pues sin microbios moríamos en el intento.

Mi abuelo Carlos, medico durante la primera mitad del siglo XX, lo primero que hacia al llegar al Asilo de Ancianos era pedir a las monjas que abrieran las ventanas de par en par. Todavía pude  en los años cincuenta, siendo un mocoso (sic), asistir a esa ceremonia matinal del Asilo de Cabra. También le oí hablar de alguna epidemia, pero todo lo que sé sobre cuarentenas lo he leído en los tratados médicos del siglo XIX, que mi abuelo estudió y que yo he heredado. Lo que quiero decir, en fin, es que todo lo que la arrogante ciencia moderna ha aportado a esta pandemia, la cuarentena y la higiene, ya lo hacía un modesto médico de pueblo en los comienzos del siglo XX.

¿Tendremos que vivir de ahora en adelante enmascarados y guardando la odiosa distancia social? Ese es el reto que nos espera así que acabe la pandemia. Habrá que valorar las ventajas y los inconvenientes de vivir obsesionados por un contagio. Moliere, como todo el mundo sabe odiaba a los médicos. Padecía de tuberculosis y murió representando “El enfermo imaginario”, no sin antes dejar dicho que “la mayor parte de los enfermos mueren por culpa de los remedios y no por las enfermedades”.  Mi abuela María, se lo recordaba todos los días a mi abuelo con retintín: “no vaya a ser peor el remedio  que la enfermedad”. Todos esperamos la vacuna como agua de Mayo.

En la campaña por la presidencia norteamericana, una airada militante antivacuna increpó a  Hillary Clinton. Desde la tribuna Hillary displicente le contestó: “Niña, en vez de chillar tanto,  pregúntale a tu abuela”. Los abuelos son los guardianes del tiempo.

Miércoles, 15 de abril de 2020

El presidente acaba de solicitar al congreso la ampliación del estado de alarma. No  ha sorprendido a nadie. Pero, ¿no hay ningún asesor de prensa que le aconseje que no sea tan pesado en las ruedas de prensa?, “¡que le advierta al rey que está desnudo!” En un momento ha dicho: “la ciencia ignora muchas cosas sobre esta pandemia pero todo lo que sabemos lo sabemos por la ciencia”. Hombre, en esto lleva razón, aunque nadie se atrevería a generalizar esta sencilla afirmación para todos los órdenes de la vida.

En todos los países, los gobiernos se están enfrentando a grandes dificultades para gestionar la pandemia, pero en mi modesta opinión el de España lo está haciendo con uno o varios hándicaps añadidos. El gobierno de coalición con Podemos no ayuda mucho a la coherencia interna, la  oposición no da tregua y aprovecha el pasado de los líderes izquierdistas para rebasar el presente, los tertulianos se echan a la cara los muertos, la extrema derecha invade las redes de infamias y noticias falsas, cuando no distorsionadas con mensajes demagógicos que apelan a las emociones, sin tener en cuenta la complejidad de los acontecimientos.

Hoy los videos del lobby de extrema derecha inundan las redes acusando al gobierno de no haber prevenido la pandemia, de los miles de muertos, del cierre de las empresas y del parlamento (“este Gobierno social-comunista quiso introducir la eutanasia en España y por desgracia, por la vía de los hechos, la ha aplicado de la manera más feroz.”), dice uno de sus portadores. En nombre de la democracia piden un gobierno de concentración nacional. Y para colmo, los independistas  aprovechan la situación para hurgar en la estabilidad del Estado (“ el Gobern exige hablar de autodeterminación para entrar en un pacto de estado .. “), dice Torra sin abandonar ese rictus construido a lo largo de años de resentimiento.

Releo lo escrito y por un momento mi dedo tiembla. Asumo el riesgo de que esta crónica pueda ser interpretada como una defensa de un gobierno de izquierdas y del que todo el país, ¡todo!, solo  espera que termine ante los tribunales de justicia por haber permitido la muerte de miles de españoles. ¡Dios mío, Dios mío,  por qué nos has abandonado!

Vicente Boas es un médico de familia ingresado en un hospital gallego desde donde describe en un medio virtual su propia experiencia como paciente por COVID19.  No he podido sino reconocerme en él y su  lectura me ha emocionado. Los médicos sabemos que no somos los mismos después de haber pasado por la experiencia personal o familiar de una enfermedad grave. Pero, sinceramente, mejor vivirlo en cabeza ajena. Por eso la experiencia contada por el Dr. Boas debería formar parte del entrenamiento moral de cualquier médico. Una cuestión que siempre me preocupó con los médicos residentes y que me sigue aun preocupando. Afortunadamente este país está lleno de gente como el Dr. Boas y esto, en esta crónica que había comenzado tan mal, me reconforta.

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Total, Pepito -que así llamaban los médicos veteranos al joven Dr. José Gálvez Ginachero-, hace lo mismo que nosotros. La única diferencia es que él se lava las manos antes de entrar en el quirófano y nosotros después”.

Jueves, 16 de abril de 2020

En 1780 Jeremy Benthan publica “Le Panoptique”, una obrita de 56 páginas, en la que describe un tipo de cárcel capaz de permitir a un solo guardián observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos puedan saber si son observados. No era una propuesta distópica, Benthan era un filósofo utilitarista y su objetivo con el proyecto era ahorrar en costes carcelarios.

Muy pronto, cuando abramos el móvil, alguien nos habrá medido la temperatura y enviado un mensaje. “¡Tiene usted, 37,3ºC. Enciérrese en su casa. Si no lo  hace se avisará a la policía!” A Benthan no se le ocurrió tal cosa porque no se podía medir como hoy la temperatura con un móvil;  pero sí, el Panopticun que se me antoja, como antecedente, es lo más parecido. La crisis del coronavirus puede haberle dado la puntilla al sueño de la intimidad. Ya venía ocurriendo con la privacidad. Ya lo advierte el prolífico Harari: “entre la intimidad y la salud, la gente prefiere la salud.”

Manuel Olmedo, miembro de esta Academia ha recuperado en un artículo en este blog la figura de Gálvez, el gran marino de Macharaviaya, como líder en tiempos de crisis. Olmedo deja en el aire, la pregunta,  “¿dónde están los Gálvez de nuestro  tiempo?”.

En Málaga otro Gálvez, el Dr. D. José Gálvez Ginachero volvió de Alemania y de Francia donde estuvo dos años a finales del siglo XIX, incorporándose como cirujano-ginecólogo al Hospital Civil.  “Total, Pepito -que así llamaban los médicos veteranos al joven médico-, hace lo mismo que nosotros. La única diferencia es que él se lava las manos antes de entrar en el quirófano y nosotros después”. Lavarse las manos fue una revolucionaria conquista. Gálvez con ese simple gesto, evitó que muchas mujeres murieran de fiebre puerperal. Hoy el lavado de manos está evitando que muchas personas lo hagan por el coronavirus.

Comienza a hablarse de la desescalada. Alguna vez tendrá que comenzar. No podemos vivir permanentemente confinados. Resignarse al asedio es la resignación a la derrota No podemos esperar a que el enemigo se canse. En algún momento la infantería tendrá que salir a reconquistar el terreno. Es una falsa elección la de confinación o muerte. Hay otras alternativas. Pruebas masivas y empoderamiento de los ciudadanos, son algunas de ellas.

Ya nada volverá a ser como antes, señalan algunos no sin  cierta  complacencia. Hombre ¿nada? Habrá que tener cuidado con los cancerberos del miedo. Morir nos tenemos que morir de todas formas, pero en ninguna parte está escrito que tengamos que hacerlo de asco y de aburrimiento.

Viernes, 17 de abril de 2020

A la misma velocidad con la que baja la curva de la pandemia aumenta la preocupación por el futuro. Leo en alguna parte (¿Amelia Varcarcel?): “que hermosa es la palabra futuro. Antes de terminar la primera silaba ya es pasado”. Un amigo, desanimado por las perspectivas (futuras), y de cuya estabilidad emocional y reciedumbre moral no tengo dudas, me dice: “sinceramente no tengo gana ninguna de que termine este confinamiento”. Sí, para muchos el futuro va a ser muy duro.

En el chat familiar unos sobrinos se enfrascan en discusiones patafísicas. Algunos son catastrofistas, otros menos. Ninguno optimista. Se puede ser pesimista y disfrutar con el presente, le digo a uno de ellos. Desde Francia me envían un numero de Le Monde cuyo titular dice: “Brutal confinamiento de los niños en España”. Una periodista alemana, Géraldine Schwarz, muestra su sorpresa por la mansedumbre con la que los españoles han aceptado la pérdida de los derechos fundamentales. Me da la impresión que a unos y a otros los españoles les hemos defraudado. ¿Qué esperaban?

La misma periodista se sorprende de la facilidad con la que los seres humanos renunciamos a la libertad. Se acuerda del pasado alemán sobre el que ha escrito un libro titulado “Los amnésicos”. Es curioso. Donde ella ve un retroceso democrático yo veo una gran demostración solidaria. Es normal. Ella no puede olvidar que cuando los alemanes, su familia incluida, oían una marcha militar, se ponían a desfilar con el paso de la oca. Y yo  no puedo olvidar que en este país lo habitual era el desbarajuste, el individualismo, la desorganización, la anarquía y la desconfianza sistemática hacia un poder político pocas veces democrático. Defraudar a los periodistas europeos se ha convertido en un deporte nacional.

En la prestigiosa revista Jot Down un conocido científico no deja títere con cabeza. Definitivamente este país es una merde, parece que concluye.   “Aquellos países con una mayor cultura y tradición científica,  son los que mejor se han enfrentado a la pandemia”, dice con tal seguridad que apabulla. Tal vez se refiera a USA en donde el COVID19 campa por sus respetos. Tal vez se refiera a Andalucía y Galicia las dos CCAA con menos producción científica en España y que están teniendo la menor incidencia de COVID19. A veces los científicos deberían de ser más prudentes. Me gustan más aquellos que cambian de opinión ante el extraordinario reto que ésta suponiendo esta crisis sanitaria para toda la humanidad. Los otros, aprovechan las desgracias para exclamar “¡Ya lo decía yo!”, alimentando con sangre sudor y lagrimas su insaciable ego.

Hilary Putman, un gran filósofo, cambia radicalmente de opinión cada pocos años y deja descolocados a sus seguidores. A los que le critican les dice: “Yo cambio de opinión porque me equivoco; los demás no lo hacen porque nunca se equivocan”.

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No es fácil vivir sin encontrarle a la vida algún sentido.  Los animales no lo necesitan, lo llevan en los genes. Pero los humanos necesitamos “que la historia tenga sentido”. (Foto de Juanjo Alarcón)

Sábado, 18 abril de 2020

Una de las razones, Federico, -me dice por skype un viejo amigo-, de que tanta gente esté tan complaciente, confinados en sus casas, es porque en el fondo nos sentimos privilegiados espectadores de un momento crucial de la historia. Uno de esos momentos a los que los historiadores catalogaron como axiales. Ese momento en el que se espera el nacimiento de un hombre nuevo, que sea capaz de generar una sociedad nueva, o al menos distinta, más justa y solidaria. Porque si no es así, “¿qué sentido tendría tanta desolación  y sufrimiento?” No es fácil vivir sin encontrarle a la vida algún sentido.  Los animales no lo necesitan, lo llevan en los genes. Pero los humanos necesitamos “que la historia tenga sentido”. ¿Y qué es esta necesidad de que las cosas tengan algún sentido, sino lo que a lo largo del tiempo se ha llamado sentimiento religioso?

En otra crónica hemos comentado el articulo de  Antonio Diéguez en El ConfidencialLa lección distópica del coronavirus: somos mortales, no hay alternativa”, en el que pone en su sitio los sueños transhumanistas. Antonio tiene autoridad para hacerlo.  Tras su lectura le escribo por WhatsApp: “Muy bien  Antonio.  Toda tragedia tiene su lado positivo. José  Luis Cordeiro se va a quedar durante algún tiempo mudo”.  Gracias, Federico, me contesta. “Cordeiro no tiene remedio. Ya va diciendo que en el 2045 no volverá a haber epidemias.” Así son los profetas, inasequibles al desaliento.

Rajendra Kake en un Brithis Medical Journal (1997), escribe: “la historia de la epilepsia puede resumirse en cuatro mil años de ignorancia, superstición y estigmatización seguidos de cien años de conocimiento, estigmatización y superstición”. Tenía razones para pensar así. En USA en 1956, en 17 Estados era ilegal que los epilépticos se casaran y en otros 18 se les podía esterilizar contra su voluntad, leyes que no derogaron hasta 1980. Hoy seguimos sin saber la causa de la epilepsia pero al menos no los quemamos en la hoguera por endemoniados. Y este progreso, que a mí me parece extraordinario, es una de las razones sobre las que se sostiene mi esperanza

Un amigo, al que aprecio,  me escribe por enésima vez indignado con la izquierda y me echa en cara mi moderación. Con demasiada frecuencia, le contesto, etiquetamos a las personas por su ideología. Hay que tener cuidado pues cuando lo hacemos lo deshumanizamos, le quitamos el nombre y lo convertimos en el responsable de todas las miserias hechas en nombre de esta o de aquella ideología.

Una ideología es una creencia, todo lo contrario a una idea. Seguramente es inevitable tenerlas por eso es una obligación intelectual que no te posean (Ortega) y si se tienen, al menos hay que intentar no creer demasiado en ellas (Cajal). Eso es lo que en el teatro se llama distanciamiento (Brecht), algo que se consigue con entrenamiento. Uno se muere a veces sin conseguirlo pero no por intentarlo. No le veo a mi amigo la cara en WhatsApp, pero dudo de haberlo convencido. A pesar de ellos mi afecto  sigue inquebrantable.

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Don Santiago Ramón y Cajal consigue que su personaje, el Dr. Mirahonda, acabe con las bajas pasiones de los habitantes del pueblo de Villabronca, mediante la vacunación masiva de un suero antipasional por él descubierto.

Domingo 19 de abril de 2020

Desde que comenzó el confinamiento paso más tiempo borrando para librar memoria que leyendo los contenidos del whatsapp. En el grupo familiar una de mis hermanas  me escribe: “… me gusta mucho leer tus crónicas. Son, como te dijo alguien ¿afables? Pero,  echo de menos alguna otra reflexión sobre las causas, o quizás es que no estamos de acuerdo en cuanto a las mismas. Esto no empezó con un chino comiéndose a un murciélago, yo soy más bien una postprogresista ignorante que cree que todo esto no es culpa -pero sí consecuencia- de nuestra actitud ecocida. Soy más bien de las hunas que creen que el capitalismo urbano (en su origen blanco y protestante, ahora de cualquier pelo) tiene mucho que ver.»

Gracias hermana. Casi estoy de acuerdo contigo. El casi es por la edad, ya sabes  que yo soy retroprogresista (gracias Paniker). Desde luego, que un chino se coma un murciélago no aporta nada a esta historia, hubiera sido mucho más explicativo que un murciélago se comiera a un chino, que fue la respuesta de un niño en un programa infantil. Algo, por otro lado, que ya demostró Claude Shannon en 1946 cuando aplicando el concepto de entropía de Boltzmann, desarrolló la moderna teoría de información, esta que ahora comienza a sustituir al conocimiento. Pero esta es otra historia.

Leía el otro día en alguna parte, que no deja de ser irónico que la crisis económica asociada a la pandemia sea la  consecuencia de que ahora los ciudadanos del mundo desarrollado consumamos solo lo que necesitamos. Y esto nos devuelve de golpe a la vieja cuestión de las necesidades. ¿Es posible definir unas necesidades básicas universales? ¿Se pueden separar el confort de la necesidad? Se puede poner freno a la desmesura humana, a la fantasía del crecimiento perpetuo? A meditar sobre qué es esto de las necesidades se han dedicado las mejores mentes sin llegar a un consenso. ¿Nos obligará el COVID19 a tener que dar respuestas a estas preguntas? ¿Será posible que gracias al virus, la sociedad de mañana sea más justa, más ecológica, más solidaria? El Roto en el periódico “El País” el día 5 de abril no era demasiado optimista:? “Cuando todo esto pase nada volverá a ser igual… ¡menos lo de siempre, claro!”.

En “El fabricante de honradez”, Don Santiago Ramón y Cajal consigue que su personaje el Dr. Mirahonda acabe con las bajas pasiones de los habitantes del pueblo de Villabronca, mediante la vacunación masiva de un suero antipasional por él descubierto (en realidad un experimento de hipnosis colectiva). Tras una serie de consecuencias imprevistas el Dr. Mirahonda se hace numerosas preguntas: “¿Es conveniente hacerlo? ¿Es esto lo que se llamaría progreso? ¿Estamos seguros de que el fin de la raza humana consiste en vegetar indefinidamente entre el sosiego y la mediocridad?…(…) ¿La supresión del mal, ¿no implicaría, quizás, el mayor de los males? ¿Por qué los humanos prefieren el mal, las pasiones, el desorden, el caos  a la felicidad programada ya sea por experimentos de sugestión clínicos, sociales o políticos o por el desarrollo de las tecnociencias?” Solo es un cuento escrito hace un siglo, pero las preguntas parecen de hoy.  Así son los clásicos.

Lunes, 20 de abril de 2020

Lo contábamos ayer. En un programa infantil le preguntan a un niño por qué no había ahora fútbol. Sin dudarlo el  niño contesta  que porque en alguna parte del mundo un murciélago se había comido a un chino. La respuesta es desconcertante, pero genial. Parece una greguería de Ramón Gómez de la Serna. Un chino se come un murciélago en Wuhan y a los pocos días el Mundo entero está confinado. A partir de ahora para explicar la teoría del caos los ecólogos en vez de a una mariposa recurrirán a un murciélago. El descubrimiento del caos como sistema, está permitiendo entender un poco mejor el mundo. El caos para explicar el orden de las cosas. Qué sarcasmo. Todo está relacionado con todo y de manera tan compleja que es imposible encontrar sencillas relaciones causales. Al reconocimiento de esta dificultad es a lo que la ciencia  llama hoy, complejidad. No es algo nuevo aunque algunos la acaban de descubrir y lo mismo les sirve para un roto que para un descosido. Pero lo complejo no es lo complicado ni tampoco una disculpa para la inacción. Lo dijo ya Karl Ludwig von Bertalanffy hace casi un siglo.

Llevo más de un mes sin ver a mi nieto, Málaga y mi amigo Paco García se quedan  sin Semana Santa, la Academia Malagueña de Ciencias sin esa mesa redonda sobre el AVE a la Meca, que con tanto empeño Juán Antonio Rodríguez Arribas había organizado para Mayo, los viejos mueren en las urgencias antes de tiempo, el paro se dispara y al sistema sanitario público español se le rompen las costura y todo porque un chino se ha comido un murciélago. Isabel lee este texto y me reprende. También una de mis hermanas lo ha hecho, como ya he contado en otra crónica. No se pueden hacer bromas con esta tragedia. No, no se debe, pero estoy cansado de ver la realidad a través de la ventana y este chiste malo, esta greguería, me conmueve, desacraliza el confinamiento y me devuelve a un lugar del que no debería haberme alejado.

No hay buen escritor ni filósofo que se precie que, preguntado, no afirme estar leyendo estos días la Divina Comedia. Descubro sorprendido que lo que están reconociendo es que no la habían leído nunca. Y esto a un diletante como el que esto escribe, le tranquiliza. Si este confinamiento dura un poco más, terminaremos todos desnudos. Hoy, lo más parecido al infierno de Dante es  el momento de abrir el móvil cada mañana y tener que digerir toda la basura que ha acumulado. Encontrar un cierto orden entre tanta noticia falsa, entre tanta maledicencia, es un acto heroico para el que la mayoría no estamos preparados. No, no es el infierno de Dante, no hay que exagerar, pero sí lo más parecido al purgatorio ese no lugar, al menos desde que el Papa Juan Pablo II, decidió darle de baja de ese mapa en el que se dibujaba el intrincado camino hacia la gloria o el infierno. Bueno, lo que en realidad el Papa dijo es que el purgatorio no es un lugar del espacio, del universo, «sino un fuego interior, que purifica el alma del pecado«. Pero el Purgatorio existe, lo que ocurre es que cuando Karol Wojtyła hizo aquellas declaraciones los móviles y las redes sociales, no eran, todavía, de este mundo.

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«La primera cuestión, en mi opinión como evolucionista, es que hay que parar en seco la globalización». (Eudald Carbonell)

Martes, 21 de abril de 2020

“Todo el mundo se echa los trastos a la cabeza, pero mi impresión es que, si hubiera sido tan sencillo verlo, seguro que algún empresario habría comprado mascarillas  para venderlas ahora. Se habría hecho de oro. Ha sorprendido al mundo entero. Podrían haber sido más ágiles, pero no creo que haya sido decisivo”, dice el doctor Francisco Salmerón, responsable de vacunas de la Agencia del Medicamento durante 25 años. “Es importante saber cuántos afectados hay, pues paradójicamente cuantos más haya en España mucho mejor para el futuro”.  “Salvo que se encuentre una vacuna, el SARS-Cov-2 ha llegado para quedarse y cambiará nuestras costumbres” dice Salmerón. Pues estamos apañados. Casi me entran ganas de coger ahora el COVID19 en vez de esperar a la segunda ola, momento en el  que estaré un poco más viejo y, por tanto, con más riesgo de morirme. (Pero mi viejo ojo clínico me avisa: ¡déjate de tonterías, cuanto más tarde mejor,  que para entonces seguro que habrá mejores tratamientos!).

Los que no han tardado nada en cambiar sus costumbres han sido nuestros vecinos de la fauna salvaje. Hoy mismo me acaba de llegar por diferentes fuentes un vídeo de dos enormes jabalíes trotando por la calle República Argentina hacia el centro de Salud del Limonar. No es más que uno de los muchos ejemplos que hemos podido ver en el último mes en muchas ciudades de España. Solo un mes ha bastado para que las calles, ahora abandonadas por los humanos, comiencen a ser invadidas por las otras especies. Si los humanos desapareciéramos hoy, nuestras casas serían inmediatamente ocupadas por nuestros vecinos del monte. No es difícil imaginarlo.

 Eudald Carbonell, el paleontólogo del salacot, truena desde la Voz de Galicia: “ya he dicho que la pandemia era el último aviso. Los que trabajamos en evolución sabemos que el colapso está próximo si no se toman decisiones importantes y se cambia el rumbo sobre adónde se dirige la especie en el planeta”, “la primera cuestión, en mi opinión como evolucionista, es que hay que parar en seco la globalización. Ya sé que esto que digo es muy fuerte. La uniformización es un peligro evolutivo y tenemos que ir hacia la planetización, que es otro concepto muy distinto, que consiste en mantener la diversidad”. Gracias Eduald.

Lo curioso es que lo dice como si no lo hubiera dicho nadie antes. Son cosas interesantes, sensatas, aunque la distinción semántica entre globalización y planetización no sirva para mucho. No sé por qué me cuesta tanto tomarlo en serio. Será por el salacot. No bromeo con los paleontólogos. En mi reencarnación me gustaría ser uno de ellos.

Hoy, los paleontólogos se han convertido en invitados imprescindibles de cualquier mesa que se precie. Como los arquitectos de fin de siglo. El problema es cuando se convierten en profetas. Un poco de evolución, un poco de ecología, un algo de entropía y diversidad y ya tenemos un Carbonell, anunciando el fin del mundo. La tentación es muy fuerte, créanme, he caído demasiadas veces en ella sin ser ni siquiera paleontólogo.

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«Por un momento dejo de escribir esta crónica. Me agobio. Salgo a la puerta de mi casa y desde su nido las golondrinas me miran indiferentes. Lo tienen muy claro y por un momento las envidio.»

Miércoles, 22 de abril de 2020

Las golondrinas no esperaron al fin del confinamiento para invadir mi casa. Todos los años, y desde hace muchos, vuelven a ocupar el viejo nido que construyeron en el porche, a la entrada, sobre un plato de cerámica. Han vuelto y andan ahora afanosas recreciendo los bordes. Nos saludamos como viejos conocidos. Su llegada anuncia la primavera y en  mi ánimo produce el mismo efecto que cuando, siendo adolescente, recibía el sacramento.

José Damián Ruiz Sinoga escribe en este mismo blog, un brillante artículo en el que identifica a la filoxera como el equivalente para Málaga de esta pandemia. La solución, entonces, vino de la mano de la ciencia, pero el viñedo ya nunca volvió a ser como antes. Para la economía fue un desastre pero la posterior reforestación pudo aminorar la pérdida de suelo y, seguramente, las inundaciones del Guadalmedina, instaurándose lo que unos y otros comienzan a llamar a propósito de la crisis actual, una “nueva normalidad”. Y en esta nueva normalidad, “el mundo depende de los científicos”, dice JDRS. ¿Estás seguro, querido amigo? El mundo depende del conocimiento, de la razón ilustrada, de la adecuada gestión de las pasiones del alma, que incluye entre otras, la pasión por el conocimiento, el buen uso de los resultados de la ciencia y, seguramente la recuperación de aquella ética mertoniana  de aquellos viejos CUDEOS que, ahora, incluso desprovistos de su viejo ropaje puritano, pocos científicos conocen.

Porque lo que sí sabemos hoy  es que hasta ahora los  sueños de una generación, incluidos los sueños de la razón científica, los terminan pagando  con sangre, sudor y lágrimas las generaciones siguientes.

Confinados en nuestras casas no conseguimos divisar el horizonte. En un mundo antropogénico la Naturaleza no existe. Todo, incluido el COVID19, es la medida de lo humano. Nadie nos oye ahí fuera y esta soledad espanta. Nos hemos quedado sin palabras para describir el paisaje. Debió de ocurrirles a nuestros antepasados cuando adentrándose en la oscuridad de las cuevas, pintaban la belleza del mundo. “Hay cosas indecibles”, dijo en un mal día Wittgenstein. “Pero, siempre podremos pintarlas”, añadió muchos años después Félix de Azúa al que le hemos cortado un traje en una crónica anterior. Es lo que hizo Goya. En 1972, en una carta a la Real academia De San Fernando, Goya menciona “el profundo e impenetrable arcano que se encierra en la Naturaleza”. Lo leemos en un breve pero extraordinario artículo sobre el pintor de Basilio Baltasar, en “Claves de la razón práctica. También leemos allí que sus pinturas reflejan “el testimonio de un oculto temblor interior”. “Una ojeada que desvela en cada personaje un mutismo desesperado”, “los indicios mórbidos de su excepcional premonición”, “el presentimiento de una nueva oscuridad”, “la paradójica precipitación de lo inminente”.

Por un momento dejo de escribir esta crónica. Me agobio. Salgo a la puerta de mi casa y desde su nido las golondrinas me miran indiferentes. Lo tienen muy claro y por un momento las envidio.

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«Volver a la normalidad» de nuestra vida cotidiana, aunque solo sea para hacer lo que hacíamos antes de que, por fuerza, dejásemos de hacerlo. La ciudad dormida aguarda nuestro retorno, mientras se acicala para contemplarse a si misma. (Foto gentileza de Nani Lavado)

Jueves, 23 de abril de 2020

Cuando las palabras salen de la boca, decía mi abuelo Carlos del que aquí ya hemos hablado en varias ocasiones, ya no hay forma de que vuelvan a entrar. El Dr. Trilla en el programa de la periodista Ana Pastor, se desdice. Ahora reconoce que como miembro del comité de expertos, el gobierno sí le había consultado para este levantamiento parcial del confinamiento. Entonces ¿por qué en Cataluña hizo unas declaraciones diciendo lo contrario? El Dr. Trilla es jefe del servicio de medicina preventiva en un hospital de Barcelona en el que los médicos no nacionalistas son señalados con el dedo. Con el dedo del señor Torra, que es muy alargado.

En estos días del confinamiento, literalmente aplastados por la cantidad de información virtual, es imposible retener alguna. Hoy más que nunca es pertinente aquella premonición que T.S. Elliot dejó plasmada  en su poema “La Roca” del que extraigo los dos versos más conocidos: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?/¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?”.

Lo que sí hacemos muy bien los humanos es intercambiar microbios. Se ha calculado que, por ejemplo, un solo beso apasionado genera un intercambio de 1000 millones de bacterias de una boca a otra. Pero no solo bacterias también hongos, virus, protozoos, amebas, arqueas. De vez en cuando alguno se desmadra, como ahora este coronavirus que nos ha cogido de sorpresa y nos tiene asediados. Un mundo asediado por unas hebras de ARN que nos impide abrazarnos, besarnos, acariciarnos. Hemos subestimado el poder de la naturaleza. O al revés. Habíamos sobrevalorado el nuestro. No es nada nuevo. También Luzbell se creyó omnipotente  y ya sabemos como terminó. Así lo cuenta el profeta Isaías. “En tu corazón decías: ‘Subiré hasta el Cielo, y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios … subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo’ Más ¡ay!, has caído en las honduras del abismo”. Conocían el mundo los que escribieron el Viejo Testamento.

Pasan los días y nada nuevo hay que contar que ya no contáramos ayer. Es la nueva normalidad de la que todo el mundo habla ya. ¡Qué pronto nos resignamos! En esa nueva normalidad solo cabe inventar el presente, que es un reto mucho mayor que hacerlo con el pasado y el futuro. Lo decía Cajal cuando recordaba “que  las ideas  no duran mucho, hay que hacer algo con ellas”. Como con las manzanas que si no se cogen a su tiempo se pudren en el árbol. La normalidad es muy aburrida, incluso insoportable. “¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?”, cuenta Jeanette Winterson, -en un libro de memorias con este mismo título-,  que le contestó su madre, una fanática evangelista,  cuando le confesó su amor hacia otra mujer. Y J.J. Millá dice en una entrevista, que “está deseando que vuelva la normalidad, aunque solo sea para poder volver a ser él, algo rarito”. Y es esta normalidad del confinamiento la que me ha llevado a la conclusión de que a estas crónicas habría que ponerle fecha de caducidad. Y en esa estamos.

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«El mundo no será el mismo, dicen, después de la pandemia, aunque nadie sabe cómo será.»

Viernes, 24 de abril de 2020

El mundo no será el mismo, dicen, después de la pandemia, aunque nadie sabe cómo será. Los hay optimistas, que creen que de aquí saldrá un nuevo hombre, una nueva sociedad y un nuevo mundo. Tanto sufrimiento no puede ser en balde, dicen. Los hay pesimistas, que creen conocer a la naturaleza humana y no esperan de ella nada bueno. Y en medio nos encontramos los perplejos, con todos los matices y combinaciones.  ¿Empoderar a los ciudadanos o implantar regímenes autoritarios? ¿Aumentar el aislacionismo y los nacionalismos o ampliar la solidaridad planetaria?  ¿Reforzar la lucha contra el cambio climático o postergarla y olvidarla? ¿Reforzar la democracia representativa o la de los expertos? ¿Aprovechar para reemplazar a los humanos en las fábricas o humanizar el trabajo? La lista de alternativas es interminable.

Un ejemplo. El escritor e ingeniero Jordi Font-Agusti imagina en “Traficantes de leyendas” un futuro no demasiado lejano en el cual las multinacionales se han convertido en los señores feudales del planeta, y en el que cualquier pequeña comunidad humana puede convertirse en un estado independiente si paga las franquicias correspondientes. Este ha sido, en la distopia de Font-Agustí, el caso de Cataluña que después de haber conseguido la independencia de España ha sido vendida por la UE a la multinacional “Fábula Omnibus”, una empresa neurotecnológica con escritores “sensovirtuales” a sueldo, cuyo negocio se basa, sobre todo, en la  redacción y neuroimplantación de “leyendas” a usuarios, ahora clientes fidelizados por el nuevo estado-empresa multinacional llamado aun Cataluña. Una neuroimplantación que les proporciona a los nuevos catalanes, nuevos orígenes e identidades familiares. No quiero estropearles el final, pero termina mal.

Sí, también la IA (Inteligencia Artificial) en la que se tienen puestas todas las complacencias, tendrá que decidirse si se queda para el tratamiento sucio, masivo y despersonalizado de los datos, el control de los ciudadanos y la utilización por los gobiernos como instrumento de biopoder (todo eso ha demostrado hacerlo muy bien), o por el contrario, contribuirá a liberar a los humanos del castigo bíblico de tener que “ganarse el pan con el sudor de su frente”, permitiéndoles nuevas conquistas en sus sueños de libertad.

Pero mientras todo esto ocurre se suceden las entrevistas a expertos sociales que hablan del pánico y del miedo. Habrá de los dos, no lo dudo, aunque yo, desde mi balcón todavía no los veo. Si acaso temor, un digno y eficaz temor. Si acaso resiliencia, una inesperada resiliencia en un pueblo que tiene de sí, habitualmente, tan mala opinión.

Cuando al premio Nobel Peter Medawar, un periodista le pidió que explicara a los lectores lo que era un virus contestó: “un virus es una mala noticia envuelta en una proteína”. La mayoría de la gente con saber eso tenemos suficiente.

 

Sábado, 25 de abril de 2020

Hace unos días en este mismo blog la académica Susana Blázquez publicó un estupendo artículo sobre el significado de Phishing en la jerga virtual. La autora concluye: “¡no nos dejemos engañar en la realidad virtual!” Y yo la traduzco a mi manera: “no nos dejemos engañar por la realidad virtual”. El COVID19 ha conseguido lo que todos los frikis y haker del mundo virtual llevaban intentando. El entierro de la vieja realidad. La misma que reclamaba Tomás, el único sensato de aquella cofradía, cuando necesitó para creer, hundir sus dedos en las llagas del Cristo resucitado.

Leo en el periódico que, durante el confinamiento, las empresas on line han aumentado exponencialmente sus ventas. Es el futuro, dicen los entusiastas del futuro. Me pregunto dónde cotizan todas estas empresas. Yo sí sé donde lo hace el frutero de la esquina al que le sigo comprando las peras, como sé también donde lo hacen mis amigos de Proteo a los que en estas fechas de confinamiento les encargo por teléfono los libros. Cuando me insisten mis entusiastas y virtuales sobrinos de la utilidad de comprar on line, me acuerdo del personaje de Bartleby, el escribiente de Herman Melville: “si es posible preferiría no hacerlo”.

La Generalitat va por su cuenta. Los muertos son los que dicen las funerarias catalanas, no los que dice el gobierno del estado español (sic). El Dr. Antoni Trilla es el jefe de servicio de medicina preventiva del Clinic de Barcelona y miembro del Comité de Expertos del gobierno de la  nación. De él ya hemos hablado en otra crónica, porque su ambigüedad representa muy bien el sectarismo y el miedo que anidan en una parte de este país. Preguntado por la iniciativa del Gobern, contesta el Dr. Trilla, ahora como experto del gobierno central (cara A del Dr. Trilla): “sumar peras y manzanas puede ser un lío”… “no se deberían mezclar casos posibles con casos confirmados”. De acuerdo.  Pero unos  renglones más adelante habla la cara B, el Dr. Trilla jefe de servicio del Clinic, (ese Hospital donde hasta las sábanas son esteladas): “aunque con los nuevos datos a lo mejor la fotografía es más ajustada a la realidad”, (pero, … ¿no habíamos quedado que….?). No conforme con su omnisciencia, en un párrafo inmediato un tercer Trilla (A+B) añade: “estos días con estos cambios, habrá un baile de cifras que no nos ayudaran mucho a entender”. Y yo, que no conozco a mi estimado colega salvo por sus declaraciones de prensa, no puedo estar más de acuerdo con esta última afirmación, “el meu estimat Dr. Jano”.

Confinados como estamos por un enemigo invisible, qué antiguo nos parece el señor Torra y su somatenes o el señor Trump y toda su corte celestial. Nuestro enemigo en el siglo XXI es la desigualdad evitable entre todos los seres humanos. El enemigo es el cambio climático. Los enemigos son, hoy ya lo sabemos a ciencia cierta, algunos virus. Hay quienes sueñan con que el confinamiento produzca un hombre nuevo, una especie de mutación de la naturaleza humana. En un milagro. Pero la naturaleza humana no cambia demasiado. Cambian la cultura, la política, las relaciones de poder, la economía, etc., Savater se conforma con menos: “ojalá hayamos aprendido a quejarnos menos y a disfrutar más”.  Cita a Marta Sánchez: “Espero que no tengamos miedo a ser los de antes”. Hombre la frase es ingeniosa, pero tampoco es eso.

Domingo, 26 de Abril de 2020  (última crónica)

Hasta aquí hemos llegado. La cuarentena sigue inexorablemente su paso. Se ha metido en nuestras vidas, incorporada a lo que con resignación comienza a llamarse una “nueva normalidad”. Personalmente me resisto a aceptarla. Estoy cansado de ver el mundo a través de una diaria y monótona información estadística, sobre la que nada puedo hacer, salvo permanecer disciplinada y solidariamente confinado.  Es esta una de las razones por las que he decidido terminar hoy  con esta crónica diaria. Seguiré confinado mientras digan, pero ya estoy harto de esta rutinaria letanía, de esta aburrida conversación. Haré como aquel viejo general que desde la colina asistía junto a su ayudante de campo a la derrota de sus ejércitos en el  valle. “Mi general, qué le parece si ya que no podemos ganar la batalla, al menos  cambiamos de conversación”. Y eso haré a partir de  mañana. Hay también otras razones. No me gustaría comenzar a repetirme. Isabel que  lee estas crónicas antes de publicarlas, en una de las últimas me dijo: “esto ya lo has dicho otro día”. Llevaba razón. ¿Cómo no repetirse cuando el mundo se ve solo desde la ventana?

En sus “Reglas y Consejos…”, Cajal dice “No hay cuestiones agotadas, sino hombres agotados en las cuestiones”. Y llevaba razón. Pero Cajal era Cajal. Estas crónicas las inicié con dos propósitos. La primera es que fuesen cortas, no  más de 500 palabras, pero hoy que va a ser la última, tal vez estimulado por el ojo avizor de Cajal, se agolpan las cuestiones y decido romper con la regla de oro de la brevedad. La segunda es que fueran “amables”, cosa que han reconocido algunos lectores. Es esta última una de las razones por las que he intentado, en la manera de los posible,  no expresar directamente mi opinión personal sobre todo política o técnica (en este momento casi imposible de separar la una de la otra) y cuando lo he hecho he procurado que sea a través de la opinión de terceros, bien para expresar mi admiración por ellos, cosa frecuente, bien para criticarlos, pues si algo hay en este momento en los medios reales o virtuales es una verdadera inflación de opiniones científicas y políticas, algunas sensatas y otras nauseabundas.

Cuando comencé estas crónicas no estaba seguro de llegar hasta aquí, pero enseguida les cogí el pulso y disfruté escribiéndolas. Es la ventaja de no tener, créanme, ambición literaria ni de otro tipo a la hora de escribirlas. Porque la ambición literaria, es una noble obligación de quienes han hecho de la escritura una profesión, pero  no lo es en mi caso, que como tantos otros, solo lo hacemos para dialogar con nuestro yo ensimismado, para sacarlo fuera como un divertimento. Es por esto que los que escribimos solo por afición no nos importa demasiado el número de lectores ni siquiera publicar en una gran editorial, pues aunque inicialmente satisficiera la vanidad inevitable, al poco el éxito literario de un aficionado, llevaría a una responsabilidad contractual que sobrepasaría el objetivo del escritor amateur, obligándole a escoger entre dejar de ser amateur, con todas sus ventajas o dejar, simplemente, de escribir. Para este tipo de escritores, entre los que me encuentro, toda escritura es terapéutica, pues contribuye a la liberación de esos demonios que, aunque no los reconozcamos siempre nos acompañan. Así entendido, para un escritor amateur, toda escritura es una forma de exorcismo. Si además hay lectores que compartan estos exorcismos, la alegría de escribir, que es el instrumento de la mediación terapéutica, es mucho mayor y el lector se convierte así en el mejor aliado, pues leer es como conversar y no hay nada más terapéutico que una buena conversación.

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Circulan estos días por la realidad virtual dos manifiestos, uno de la FIL, encabezado por Vargas Llosa y firmado por centenares de intelectuales como Fernando Savater entre otros. El manifiesto, demasiado breve y tan mal escrito que hace sospechar que sea falso, hace una llamada urgente ante la deriva autoritaria de ciertos gobiernos aprovechando la pandemia y el confinamiento. Aunque no lo diga expresamente, al colocarla al lado de Nicaragua, Cuba o Venezuela, alude claramente al riesgo de involución democrática en España. El otro, un contramanifiesto firmado por otros intelectuales menos conocidos en España, en el que reclaman la necesidad de un Estado fuerte capaz de defender a todos los ciudadanos de la voracidad de la pandemia y de las arbitrariedades de un mercado neoliberal cada vez más darwiniano (pobre Darwin¡) que está dispuesto a sacrificar las vidas de los más débiles para garantizar los beneficios del capital.

“Toda guerra -dijo Carlyle con ironía-, es  un malentendido”. Así con esta, aun no iniciada, por ver quien gestiona esta nueva normalidad, que todos anuncian. Una pregunta mal formulada es como esas conjeturas que los matemáticos demuestran insolubles. Pasan los años (y los siglos) y siguen sin resolverse. Así con el dilema estado y mercado.

Para quienes creyeron que el armisticio que ha tenido lugar durante  la pandemia iba a sobrevivirla, se equivocaron. El armisticio ha terminado. Un duro golpe para los ingenuos que tenían esperanzas en que nacería una nueva sociedad. No va a ser así, al menos si nos guiamos por la beligerancia de estos manifiestos de personas ilustradas que deberían al menos ser prudentes. ¿Qué vamos a dejar para los radicales, para los energúmenos, para los fanáticos, para los demagogos, si nuestras mejores cabezas a veces además de pensar embisten? Unos y otros velan de nuevo las armas. El viejo conflicto entre seguridad y libertad está ahora más presente que nunca. Unos temen al viejo Gran Leviatán, ese Estado benefactor única y última fuente de todos los liberticidios. Otros temen al nuevo Gran Leviatan, un mercado que dejado de la mano de Dios, es fuente única y última de todas las injusticias y desigualdades evitables. Es un tema tan antiguo ya que ni los unos ni los otros parecen haber aprendido nada de la historia.

Hubo una vez una Europa en la que algunos respondieron con tino a la pregunta esencial ante este conflicto. ¿Cuánto Estado es suficiente para garantizar la libertad y la justicia y cuánto mercado para garantizar la eficiencia? Encontrar el equilibrio entre el Estado y el mercado es lo propio de sociedades democráticas avanzadas. Un equilibrio inestable cuyo desenlace siempre precario  solo se consigue con las alternancias entre las “izquierdas y las derechas”, esas categorías cambiantes según época y lugar, que, enterradas periódicamente, no representan sino el carácter dialéctico de la sociedad humana, como muy bien supo ver el viejo Bobbio.

Un equilibrio que solo es posible dentro de lo que Habermas, entre otros, llamaba y llama democracias deliberativas que son aquellas que van un poco más allá de las democracias exclusivamente representativas e incluyen una sociedad capaz de desarrollar instituciones en cuyo seno vertebren la deliberación de los asuntos comunes. Es una pena que sean los así mismo llamados intelectuales los primeros que desempolven las viejas y apolilladas banderas de combate que representan a ideas que miradas en la era “postcovid19”, parecen antediluvianas.

No quisiera terminar estas crónicas sin hacer alguna reflexión sobre la omnipresente estadística, en estos tiempos de pandemia. La estadística se ha convertido en el lenguaje de comunicación entre la ciencia y las instituciones políticas y entre estas y la sociedad. Hasta hace no mucho tiempo, para la mayor parte de este país incluyendo muchos ilustrados, la estadística era en el mejor de los casos el motivo de un chiste y en el peor algo que se puede manipular a conveniencia. Hoy, la información sobre la pandemia se está proporcionando con lenguaje estadístico. La realidad es hoy, sobre todo, tablas y gráficas estadísticos en tiempo real. Sorprendentemente y en pocos días, no hay más que ver el gallinero opinador, hemos pasado de ser unos ignorantes a ser unos expertos en el tema. Todo el mundo tiene una opinión sobre las estadísticas que genera la pandemia. Es por eso que, ahora ya al final de estas crónicas, no quisiera dejar de hacer algunas puntualizaciones al respecto.

Una población (en este caso humana) es un conjunto de seres (humanos) portadores de unos atributos. Si queremos contar estos atributos la única forma es la estadística. La estadística no mide personas sino atributos. La realidad poblacional es la del conjunto de esos atributos. A estos atributos la estadística les llama variables y no es por casualidad, pues no hay un atributo igual en dos personas. Lo contrario de una variable es una constante, pero mientras que las variables son realidades tangibles, las constantes son entes imaginarios, realmente inexistentes, surgidas de las cabezas de los matemáticos que las inventan, por necesidad, para que sus modelos se ajusten a la realidad.

Como es bien conocido por cualquier estudiante de bachillerato las variables se agrupan en familias llamadas distribuciones: aleatorias, discretas, normales, binomiales, de Poison, etc., y cada una de ellas tiene un tratamiento estadístico especifico. Al igual que las constantes, las distribuciones tampoco son entidades físicas sino abstracciones surgidas en el curso del desarrollo de las matemáticas de la probabilidad, distribuciones que los matemáticos formalizan mediante ecuaciones. Cuando en una población queremos conocer alguna de las infinitas variables que la definen, la única forma de hacerlo es mediante un acercamiento probabilístico o estadístico. En los estudios de población, pues, la realidad, o si queremos expresarlo con una palabra más trascendente, la verdad, es siempre una verdad estadística. Pero en contra de lo que se suele creer, el objetivo de la estadística no es tanto la búsqueda de la verdad sino la medida del error que contiene toda aproximación humana a la realidad de una población. Lo que nos lleva a tener que superar otra enorme dificultad. La realidad  es siempre inconmensurable en toda su complejidad, por eso nos tenemos que conformar con una aproximación relativa a esa realidad. Le costó mucho a la física aceptarlo. Es famoso el dictum de Ernest Rutherford: “If your experiment needs statistics, you ought to have done a better experiment”. Pero para la biología, la sociología, la medicina, y otras muchas disciplinas el aterrizaje de la estadística en su corpus metodológico fue una autentica bendición.

En general los ciudadanos se llevan mal con las estadísticas y solo se las creen cuando los resultados se aproximan a su propia experiencia. A veces hay una enorme distancia ente las probabilidades subjetivas y las objetivas surgidas de la aplicación de los modelos probabilísticos. Quienes se llevan peor con las estadísticas son los políticos y eso que el propio término “estadística” etimológicamente viene del latín “statisticus” referido al estudio numérico de fenómenos, como inventarios y censos, relacionados con la administración del Estado. Utilizar bien las estadísticas exige una cierta formación en matemáticas de la probabilidad. También una cierta formación filosófica sobre el significado de verdad y error. Por eso la actual exhibición diaria de datos estadísticos y su manipulación por unos y otros no solo muestran la catadura moral de algunos sino la ignorancia de muchos.

Cualquier científico que trate con poblaciones y quiera navegar bajo la curva de distribución de alguna de las variables que identifican la realidad humana, tiene que escoger en sus diseños entre la precisión y la exactitud. En la mayoría de las ocasiones acercarse a la realidad con alta precisión exige renunciar a una cierta exactitud y lo contrario, una gran exactitud exige la renuncia a una mayor precisión. La precisión es la ausencia de error aleatorio y la exactitud es la ausencia de error sistemático. Como la precisión y exactitud absoluta son inalcanzables, la cuestión casi siempre está en decidir qué dos tipos de errores estamos dispuestos a cometer (o mejor a controlar). La teoría de la decisión estadística lo que hace es visibilizar las razones por las que se escoge entre un tipo u otro de error. Y medirlo probabilísticamente. Y estas razones, aunque vengan revestidas de argumentos técnicos o matemáticos, son en última instancia de naturaleza política, económica, médica o social. Es decir en última instancia son siempre razones de orden ético. Y esto es algo que a la gente le cuesta trabajo entender. Esta creencia en las razones técnicas de las decisiones basadas en formulaciones estadísticas es uno de los motivos por los que  distinguidos intelectuales de este país (por lo general con nula formación en matemáticas de la probabilidad) reclaman un gobierno de técnicos. O de las sinrazones de los discursos demagógicos de políticos venales y oportunistas que unen a la ignorancia la maldad.

Escoger entre la precisión y la exactitud no es tarea fácil. Los errores de precisión, “la ausencia de error aleatorio”, son más fáciles de solucionar que los errores de exactitud, “la ausencia de error sistemático”. Aquellos se producen generalmente por no haber sabido mirar a la población en su totalidad y la propia teoría de decisión estadística tiene mecanismos para controlarlos a posteriori. Los errores de exactitud son más complicados, pues implican un sesgo sistemático para los que la teoría no tiene soluciones a posteriori. Estos sesgos sistemáticos  pueden ser por errores en el instrumento de medida, pero también por ignorancia, por incompetencia o por maldad, son imposibles de gestionar técnicamente y las conclusiones extraídas pueden hacer un gran daño a toda la población.

Comprender esto en todo su significado exige un cierto esfuerzo, pero no se me ha ocurrido mejor manera de despedirme de estas “Crónicas de un Académico en cuarentena”, que con una reflexión sobe la medida de ese error que estos días planea sobre nuestras cabezas como un parloteo ensordecedor, como el grajear de esos pájaros de la muerte presentes en todas las culturas.

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Cuando el Dr. Orellana, presidente de la AMC, nos pidió a todos los académicos colaboraciones virtuales para este periodo de confinamiento, le propuse estas “Crónicas de un académico en cuarentena” sin pensarlo mucho. La cuarentena era solo de 15 días al principio que luego se ha ido ampliado y estas crónicas han seguido el rastro de la confinación conforme se alargaba. Comenzaron el domingo 15 de Marzo y terminan hoy, domingo 26 de Abril. Ahora hace seis semanas justas, y después de más de cuarenta crónicas “he cogido un poco de oficio”, razón por la que creo que sería capaz de seguir escribiéndolas incluso aunque este confinamiento, como a veces parece,  durase eternamente. Y es esta, otra de las razones por las que he decido terminarlas. Es mejor irse a tiempo que caer en algunos de los dos errores, de precisión o de exactitud, que arriba con tanto empeño como, seguro, poca fortuna he intentado resumir. Ya lo decía León Felipe: para enterrar a un muerto cualquiera menos un sepulturero. Dejar de escribir es en este momento, la mejor manera de mostrar que este confinamiento para mí ha terminado, que tenemos, en fin, que cambiar de conversación.

Pero antes de hacerlo quiero, en esta ultima crónica que me ha salido un poco más larga que las 42 anteriores, darle las gracias a Isabel que con la lectura diaria, crítica y anticipada de estas crónicas ha contribuido a que sean más amigables. Desde luego al presidente de la AMC, Fernado Orellana por su estimulo y a Víctor Díaz-del-Río, por el gran trabajo como editor de este blog y como dinamizador de la actividad virtual de la AMC. Mi agradecimiento muy en particular a todos los amigos y colegas académicos que han acogido estas crónicas con benevolencia y en tantas ocasiones con muestras de indisimulado afecto, que sinceramente será lo que más eche de menos. Y por último, desde luego, a todos aquellos amigos virtuales conocidos unos y desconocidos la mayoría, que según Víctor Díaz-del-Río, nuestro singularísimo master blog, son muchos los que han seguido estas “crónicas de un académico en cuarentena”. A todos ellos gracias. En todo caso no estoy seguro de no volver. El que avisa no es traidor.

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PD: Esta mañana unos minutos antes de enviar esta crónica a Víctor Díaz-del-Río para que las editara en el blog de la AMC, Antonio Diéguez nos envía un artículo de Atocha Aliseda matemática y filósofa mexicana. El titulo del trabajo lo dice todo: “No estamos listos para la incertidumbre”. En él habla de la abducción, ese tipo de razonamiento mediante el cual se construyen explicaciones para observaciones sorprendentes, esto es, para hechos novedosos o anómalos. Un tipo de razonamiento que es parte esencial en la elaboración de diagnósticos en la medicina una disciplina que no tiene leyes generales como tiene la física. Sus reflexiones sobre el pensamiento analógico y el papel de la inducción en el aprendizaje clínico, sobre la incertidumbre y su gestión a partir de modelos estadísticos así como de las limitaciones de estos modelos, están encarnados en la vida cotidiana de cualquier médico de la segunda mitad del siglo XX. Lo he traído ahora, en el último minuto, porque su lectura, completa de manera sobresaliente las elucubraciones que arriba he hecho sobre la precisión y exactitud y al lector que haya llegado hasta aquí, le remito encarecidamente a su consulta.

Atocha Aliseda hace en su artículo mención expresa al razonamiento clínico diferenciándolo del razonamiento epidemiológico. Tiene razones para ello. Recordar la historia es siempre muy importante y la lectura del trabajo de Aliseda me convoca a ello. A lo largo del siglo XX ha habido varios momentos cruciales que permitieron la modernización de la medicina. Permítanme que solo recuerde aquí dos (referidos a nuestro país), que tienen mucho que ver con lo que nos traemos en este momento entre manos. Uno fue la transformación de las viejas residencias del SOE (Seguro Obligatorio de Enfermedad), construidas durante el franquismo, en Hospitales jerarquizados con especialidades que permitieron la formación “socrática” de los médicos jóvenes. Aliseda, se pregunta en su artículo “¿Cómo es que estos médicos residentes jovencitos se convierten en expertos?” Y, más en particular, “¿cómo es que se enseña cuando no hay reglas?” La respuesta le vino asistiendo a las sesiones clínicas de un gran hospital mexicano. A la manera socrática, ya lo hemos dicho, es la respuesta. El sistema MIR implantado en los finales de los setenta del pasado siglo cambió la calidad de la medicina en España y como siempre ocurre hubo personas providenciales que contribuyeron a ello. No puedo citarlos a todos pero en su nombre quiero dejar el recuerdo del profesor Segovia de Arana.

El segundo momento fue, al menos en mi modesta opinión, la introducción en España de lo que se llamó “epidemiologia clínica”. En los años ochenta durante el primer gobierno de Felipe González, el Fondo Sanitario de la Seguridad Social (FISS), desarrolló un programa amplio de formación de clínicos en epidemiologia clínica, que permitió la incorporación de la lógica probabilística en la toma de decisiones caso a caso (al contrario que la epidemiologia general que atiende a poblaciones), permitiendo la adjudicación de valores numéricos a la incertidumbre lo que permitió cuantificar los riesgos. Tampoco esto ocurrió por casualidad y fueron, entre otras muchos personas, médicos como el Dr. Francisco Pozo los que con su empeño contribuyeron a la implantación de la lógica probabilística en la cultura de aquellos jóvenes médicos que se estaban ya formado en una España que se modernizaba a gran velocidad. Tuve la suerte de participar de ambos procesos ya como joven médico y de pertenecer al llamado grupo Perseo que, creado alrededor del FISS, constituyo la primera generación que se encargo de enterrar la cultura de la patognomonia y llevar la buena nueva de la gestión de la incertidumbre  al mundo sanitario.

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Una primavera hermosa en la que las plantas bullen de vida y los animales están por todas partes disfrutando de ella.

PUNTO FINAL

Miro hacia atrás y no recuerdo una primavera más hermosa. Quizás en mi infancia. Ha llovido a gusto de todos, las plantas bullen de vida y de flores, los animales están por todas partes y la temperatura es deliciosa. Y sin embargo este confinamiento apenas nos la ha dejado disfrutar. Pero, ¿hubiera sido igual si no estuviéramos confinados? No hay razones para pensar otra cosa, pero de lo que estoy bien seguro es que no la hubiéramos añorado tanto.

 

 

*Agradecemos a Juan J. Alarcón Adalid (@Adalid883), a @nanyfotografía (imagen de cabecera Nany Lavado), a @Desi_Palomino, @JuanTVaz, @forellana2, @ana_diazdelrio, @lmedina63 la cesión gratuita de alguna de sus imágenes para ilustrar esta Crónica.

*Thanks are due to Hush Naidoo for free picture (Unsplash.com).

15 comentarios en “Crónica de un académico en cuarentena

  1. Errata: La crónica del sábado último fue día 11, y la del domingo día 12.
    A propósito de la relación Rio-Ortega y Cajal hay un interesante artículo que creo te puede interesar, aunque supongo que ya lo conocerás:
    Neurosciences and History 2013; 1(4): 176-190: A propósito de los descubrimientos de la microglía y la oligodendroglía: Pío del Río-Hortega y su relación con Achúcarro y Cajal (1914-1934)

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    1. Querido amigo Joaquín. Muchas gracias por tus precisiones. No puedes olvidar tu condición de maestro de editores. Ni yo puedo olvidar lo que aprendí de ti cuando me devolvías las galeradas llenas de correcciones que, pasado el primer estupor, me enseñaron a escribir con mayor pulcritud. Como no olvido aquella tarde que cerrada ya la editorial corregíamos las pruebas a destajo de (no estoy seguros si fue del “Medico de día y científico de noche”), para que pudiéramos cumplir no se cual plazo. En todo caso el leerte hoy, corriéndome me rejuvenece y me estimula. Pero sobre todo me alegro de verte en plena forma. En numerosas ocasiones he puesto tu ejemplo cuando he tenido que explicar para qué sirve un buen editor.
      PD: Gracias por la referencia que no dudes buscaré.

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  2. Estas crónicas, siempre gratas e interesantes, son como una atractiva cesta de cerezas.
    Esta última día 17 abril, reconfortante. El confinamiento se alarga pero si vas de la mano con los demás, te estimula.
    Gracias siempre

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  3. Muchas gracias Maria José. Estimo mucho tu opinión. Te agradezco la metáfora de la cesta de cerezas. Aunque no lo busqué, es verdad que ahora mirando hacia atrás, todas tienen algún lazo en común. Espero que pronto podamos celebrar el fin de este confinamiento como Dios manda.

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  4. Hola Federico, es un rato que no me pierdo, la lectura de tu confinamiento. Hoy, haces una mención más a la naturaleza y a nuestro prepotente (el humano) sentido de su control… en fin, a la espera de que tras la pandemia no siga en el poder la estupidez, que llena telediarios, prensa y programas de radio. En relación con eso, una de las cuestiones que no entiendo es cómo, siendo conscientes de que nos tenemos que alimentar en este encierro igual que si no lo estuviéramos, haya tantos problemas legales para cuidar de huertos y recoger sus frutos, recoger frutas de temporada o cuidar el ganado. Y que se vayan a perder muchas cosechas porque no haya «mano de obra extranjera» dicen, osea, barata, que pueda venir. Habiendo como hay millones de personas en España que están sin trabajo y van a estarlo durante meses. ¿No se podría permitir que se recogieran las frutas y verduras? Como dices en tu texto de hoy, «las manzanas (que) si no se cogen a su tiempo se pudren en el árbol». Se pudrirán muchas parece.

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    1. Gracias Juanjo . Sí, llevas toda la razón con tu comentario. Supongo que especificar todas las posibilidades de un confinamiento de un pais entero puede ser muy complicado. Pero hay cosas muy evidentes como las que citas. De todas formas la mayor parte de las personas viven en grandes urbes y su cultura es urbana. Seguramente tienen otras prioridades. Aunque parece una eternidad solo llevamos mes y medio confinados. Yo espero que propuestas como las tuyas se vayan abriendo paso, aunque espero más aún que nos desconfinemos cundo antes, guardando lo que haya que guardar.

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    1. Muchas gracias Susana. Ha sido un placer compartir con vuestras colaboraciones este espacio de el blog de la Academia. Volveremos con otro formato. .. 🍷🍷

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  5. Mi admirado «amigo» Dr. Soriguer: permítame esta licencia de llamarle amigo pero he de decirle que despues de 40 dias leyendole, dia tras dia, siento una cercania a su pensamiento que roza la amistad. Es mas, probablemente comparta con Vd mas aspectos filosoficos de los que comparto con muchos de mis amigos «físicos» mas cercanos. Permitame que le diga que me ha emocionado su «epílogo» al que Vd denomina «Punto final» (que a mi no me gusta nada y que me recuerda la denominacion de normas que tratan de olvidar cosas mas que de mantenerls en la mente) trayendo a su mente las primaveras infantiles. Cierto que no la podemos vivir como parecen hacerlo muchas especies animales que vienen a pasearse por la calle Larios ante la ausencia de seres humanos, pero si que podemos hacerlo al amparo de sus pensamientos, muchas veces muy provocadores, que nos han aliviado la pesadumbre del aislamiento social físico, del que los españoles tenemos tanto rechazo. Por lo general somos personas proximas que necesitamos ver y sentir muy cerca a nuestros nietos e hijos, como Vd muy bien dice.

    Solo quiero felicitarle por estas nareaciones que nos ha regalado y agradecerle que lo hay hecho. No buscamos en estos blogs a escritores profesionales, que lo sepa, buscamos «sentimiento y alma» que dalga de forma espontanea por la punta de los dedos al teclear el ordenador. Esa narrativa sincera y bien fundamentada en la filosifía mas vital y Natural que he visto referenciar. Asi pues, gracias.

    Y dejeme ue le diga una cosa, Tomás, que en nuestea cultura judeocristiana es santo Tomás, no era el unico sensato de la cofradia, si acaso el unico empirista que manifestó su empirismo de la manera que narran las escrituras. Pero para estar en esa cofradia no se pedía, ni se necesitaba empirismo, solamente se necesitaba fe «creer en lo que no vimos», cosa muy necesaria en estos momentos en los que no vemos como vamos a recuperar nuestra vida perdida conducidos por unos directores de orquesta que bo saben musica, no han tocado un instrumento en su vida y no saben lo que es una sinfonica. Y sin embargo dirigen nuestros destinos. No, no es cosa de que «hunos» y «hotros» digan tal o cul cosa, es un asunto de intelectualidad simplemente. INTELECTUALIDAD como la que Vd ha reflejado en estos dias de cronicas fascinantes.

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  6. Muchas gracias M.S. Ramos. Sus comentarios me honran y me estimulan, en un momento en el que tan necesitados estamos de empatía. Le agradezco mucho la lectura benévola que ha hecho de las crónicas. Su comentario sobre Tomas (Santo Tomas) es de lo más pertinente. Para los creyentes supone un modelo, el reto al que antes o después todos tienen que enfrentarse. Para los científicos (este blog es el de la Academia Malagueña de Ciencias) creyentes o no, Tomas representa el empeño de buscar la verdad más allá de la Fe en algo. De alguna forma el empeño de creer mediante la razón de Tomas hace que este represente el encuentro entre Fe y ciencia, tan inevitable como necesario y que cada cual lo resuelve según su leal entender. Un abrazo

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  7. Querido Federico:
    Espero realmente que sigas compartiendo con nosotros tus reflexiones y tus conocimientos. Ciertamente no estamos preparados para la incertidumbre y tus renglones producen una suerte de sosiego que resulta muy valioso en estos días. Hemos llegado a negar que la esencia de la vida, como Ortega señaló, es el puro peligro. He oído a gente que tenía por inteligente argumentar con convicción que la muerte era un accidente que estábamos ya preparados para superar. Lo creían porque al parecer lo decían unos adolescentes del Valle de la Silicona, que siempre me sonó un poco a la plaza de la Focona (Four Corners) en clave gibraltareña, o sea, un poco como Cantinflas.
    Mi una generación es muy Mecano y muy blandiblu y esto le viene grande por los cuatro costados. Muchos han (o hemos) llegado a los cincuenta sin terminar de superar la adolescencia, y por tanto sin haber entendido ni la incertidumbre y ni el peligro.
    Elvira Roca

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  8. Gracias Elvira por tu comentario. Esta pandemia nos ha cogido a todos con el paso cambiado. Pero algunos hemos tenido la gran suerte de que nos coja muy bien acompañados, como ha sido en este momento con tantos amigos, muchos de ellos académicos. Yo pertenezco más a la generación del dúo dinámico, que creció en una época en la que sólo había futuro pues el presente y el pasado no podían ser más triste. Una generación que tuvo todavía la posibilidad de criarse en la calle, esas mismas calles que ahora solo vemos desde la ventana. El riesgo ya no es lo que era y tu reconoces no estar preparada para esta “sociedad del riesgo”. Nadie lo está, pero, no se si eres suficientemente consciente de que con tu obra reciente has contribuido a que muchos españoles hayamos aumentado algún centímetro nuestra “moral” colectiva ayudándonos a liberarnos de algunas distorsiones de nuestro pasado que dificultaban la capacidad de ponernos de puntillas y mirar a la luna allí donde el niño señalaba … !a la luna!. Y esta “ayuda” a muchos de nosotros le va a ser muy valiosa para trabajar por la reconstrucción de nuestro país. Gracias.
    Federico

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